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Antes no le gustaba ser titulado como crítico. Hoy el rótulo no le molesta, lo toma como una broma del destino. Se ha metido en embrollos por dar siempre su punto de vista pero así es Gabriel Ruiz Ortega, frontal, sin pelos en la lengua. Habla fuerte y claro acerca del panorama literario actual. Señala que el plan lector no es una oportunidad para los sellos independientes y que «La mejor manera de reforzarnos y defendernos de las mentiras de las novedades, es precisamente volviendo a los clásicos».

Por:

Gianfranco Hereña

Tu blog, pese a tocar varios temas, conserva siempre el norte de la crítica y más precisamente la crítica literaria ¿Consideras que la literatura enriquezca el espíritu de cuestionarlo todo?

Me parece demasiado curioso que me hablen de crítica literaria. Hubo un tiempo en que sí me fastidiaba que me dijeran crítico literario habiendo gente más preparada que uno. Pero ahora no me fastidia que me digan crítico literario, tomo el asunto como una buena broma del destino. Además, esto te da una radiografía brutal de la crítica literaria peruana, la que se hace en medios: no tiene credibilidad. Hay gente más preparada que yo, que se sabe la teoría de la A a la Z, pero están teñidos de falsedad, criollada, que mandan golpes estratégicos, que se prestan al amiguismo rancio. Ellos creen que nadie se da cuenta, pero sí, todos se dan cuenta de que no están siendo francos.

¿Cómo te defines como crítico?

Soy, ante todo, un lector que escribe de los libros que le gustan y de los que no. En este segundo aspecto la gente recuerda más mis reseñas. Recuerdan más el golpe, la opinión contraria. Si algo he aprendido de la crítica involuntaria es el hecho de que el lector tiene todo el derecho a dar conocer su opinión del libro que ha leído. Más en estos tiempos en los que hay poco tiempo para leer. O sea, no es posible que te sientas y leas un libro durante horas y no digas nada si el libro te ha parecido malo, si este te ha quitado tiempo valioso. Lamentablemente, y como te acabo de decir, las personas que me leen recuerdan más el latigazo. Ahora, no sé si la literatura enriquezca un espíritu acucioso. Creo que por allí no va su fin, pero si nos ceñimos a un posible enriquecimiento, la literatura ayuda a abrirte la mente, a tener más seguridad en tu discurso, en ser más amplio en tu manera de pensar. Obviamente, puedes salir beneficiado de la literatura y lo ideal es que honres ese beneficio con la coherencia, que no solo quede en idea bonita.

¿Cómo te ha ido por decir lo que piensas?

Mal no. No me ha ido mal. Si me hubiese ido mal, no me estarías entrevistando.

¿Y el mayor embrollo en el que te has metido por dar siempre tu punto de vista?

Me he metido en muchos embrollos. En especial entre los años 2006 y 2007, que viví una realidad virtual que me puso al borde la paranoia. Si no me equivoco, en esos años los que administrábamos un blog sufrimos un delirio, ya sea por las peleas que teníamos entre nosotros, como el hecho de ver parte de tu intimidad expuesta en el blog Puerto El Hueco, un blog basura en todo sentido, pero un blog en donde se escribió la verdadera historia de la literatura peruana contemporánea, digamos lo que se decía en las conversas con los patas. Todos, pero absolutamente todos, leían ese blog.

Alguna vez mencionaste que una antología era la prueba de fuego para quien la hacía e hiciste hincapié en que Disidentes se zafaba airosamente de los amiguismos pese a ser una tarea netamente subjetiva ¿Cómo llegar a ese punto medio de seleccionar sin tener la culpa de haber obviado a alguien?

De que olvidas a alguien, siempre olvidas a alguien. Pero en el último Disidentes no tuve ese problema. Sabía a lo que iba, me sentía más preparado en comparación al primer Disidentes. No hay mucho secreto en este asunto de las antologías. Uno, soy un gran lector y por idioteces de amiguismos y preferencias no voy a atentar contra mí mismo, contra lo que he hecho toda mi vida. Hay que enfocarse, creo, a cierta visión de trascendencia, a no pensar en el inmediatismo, sino apostar en lo que crees, en quedar bien contigo sin tener en cuenta la preferencia mayoritaria, por más que esta ejerza presión, porque hay presión. Para el último Disidentes quise contar con Carlos Gallardo y Roberto Zeballos, que es nuestro “Salinger” del Siglo XXI. No se pudo, no se pudo pues. Pero ello no impidió que haga una antología fuerte.

Ya tienes experiencia como antologador ¿Te da como para una nueva experiencia en este campo?

No, no quiero hacer más antologías. Hice tres y he dejado tres documentos que considero importantes, ya que nos ayudan a cartografiar lo que fue la narrativa peruana en el primer decenio del siglo XXI. No me gusta la falsa modestia, menos cuando me he sacado la mierda. La falsa modestia se la dejo a los petizos. Pude hacer un Disidentes más de poesía, antología que iba a publicarse en México. Pero lo pensé bien, ya no tenía fuerzas para comprometerme en los textos de otros.

Respecto a la narrativa peruana de los sellos independientes ¿Cómo ves el trabajo tanto de los editores como de los autores?

Mira, yo creo que se está avanzando. Me gustan mucho los nuevos sellos, pienso en Animal de Invierno, Ceques, Paracaídas, Colmena, Tribal, Vivir sin enterarse, Celacanto, Campo Letrado y Pesopluma. Como recién están empezando, es posible percibir una irregularidad en su catálogo y no hay que hacerse tanto drama con la irregularidad. Es natural la irregularidad. Te menciono estos sellos porque no solo me fijo en lo que publican, también presto atención a su limpieza, al hecho de no tener anticuchos ni cargar con muertos, o sea, en que no tienen autores estafados ni maltratados, que siempre será para mí un punto muy sensible. Ahora, no solo yo lo he dicho, hay una verdad: los nuevos sellos han servido para que los nuevos autores den a conocer su obra, han permitido la oxigenación de la literatura peruana en los últimos quince años. Pues bien, me preguntas por los autores, decimos que estamos en un buen momento, que en parte puede ser cierto, pero algo me dice que no se ha entendido bien la onda intimista con ribetes de reconciliación que pretende imponerse, onda que ruego para que desaparezca de la misma manera que apareció, al toque. Primero, hay que conocer y respetar nuestra tradición, solo así podremos encausarnos en nuevas maneras de narrar, en encontrar una sensibilidad narrativa que no solo sea original, sino también literaria, que quede pues en el lector, que le brinde la oportunidad de la epifanía. No tenemos una tradición intimista, tampoco una del yo. Tenemos que mirar hacia otros lados, y está bien, miremos a otros lados reconociendo primero nuestra voz en nuestra tradición. No quiero ser cruel, pero si les pregunto a los narradores peruanos si han leído a Henry Miller, el 99.9% dirá que ha escuchado o revisado los Trópicos. Quieres escribir desde el yo y te salteas a Miller. No pues. Hay que leer todo Miller. Leer a Miller es más importante que leerte a Knausgard. Ahora, lo que sí deseo es que empiece a desarrollarse más el registro del diario. Me dirán que no tenemos una tradición fuerte en diario, lo cual puede ser cierto, pero tenemos una obra maestra: La tentación del fracaso de Ribeyro. Por allí, bajo la seguridad y sombra de ese proyecto de Ribeyro podremos tener en un futuro cercano, o a lo mejor lejano, publicaciones que sí nos permitan hablar con base sobre una nueva forma de narrar. La escritura del diario, del diario del escritor, es lo que necesitamos con urgencia. Ribeyro nos ha brindado seguridad para quienes creemos en el registro del diario.

¿Existe realmente, un crecimiento paralelo en cantidad y calidad en torno narrativa producida en años anteriores?

Claro, hay un crecimiento. Eso es indudable. Pero eso no es garantía de nada. Aparecen narradores y poetas a los que tendríamos que prestar atención. Ahora, lo que sí me fastidia es ese estúpido espíritu de cuerpo de la gran mayoría de editores independientes. Tenemos editores que juegan limpio, que se sacan la mierda por publicar un libro que creen valioso, pero que la matan cuando entran en co-ediciones con delincuentes de baja monta que maltratan a sus autores, con sinvergüenzas que se benefician del aporte de gobiernos regionales y que no cumplen con el autor publicado ni en ejemplares ni en dinero. A mí me gusta mucho lo que hace Animal de Invierno, pero el buenagentismo, o tierna inocencia, de su editor Leonardo Dolores está a punto, a casi nada, de manchar lo mucho que le ha costado sacar adelante. Al menos para mí, él no tendrá autoridad moral para hablarme de ediciones. No creeré en su discurso que consideraba limpio. De paso, aprovecho esta entrevista para decirle a Dolores lo que sus patas nunca le dirán: “oye, no co-edites la reedición de esa novelita con ese sinvergüenza. Que ese sinvergüenza cumpla primero con el autor que maltrató al no entregarle ni dinero ni ejemplares, tal y como fue el trato, de su libro que fue financiado por la fundación de un gobierno regional”. Dolores sabe a lo que me refiero y si se hace el loco, el caballero olvidadizo, como temo que hará, le mando la moto. O sea, ¿yo me preocupo más por la limpieza y el discurso editorial de Animal de Invierno que el mismo Dolores?

¿Y qué hay respecto al panorama poético?  

Una vez un pata me dijo que era muy injusto con los nuevos poetas, que no debía criticarlos porque recién están empezando. Al respecto, las cosas claras: la mayoría de poetas que publican han cometido el error de publicar por publicar, basta que leas sus poemas, versos, para que no demores en saber que hay una fragilidad poética que causa vergüenza. No hay trabajo. No hay convicción. No hay poesía. Lo que hay es un desmedido afán por figurar a lo bestia. En esa carrera figuretista vale todo. Al respecto, solo he criticado la actitud posera, no la poesía, porque no hay nada o casi nada para destacar poéticamente. El figuretismo es el cáncer de la poesía peruana última. El figuretismo distrae de lo que están haciendo los nuevos poetas, o sea, los verdaderos, de los que vienen construyendo un proyecto. Habría que prestar más atención a la gente de Celacanto, por ejemplo. Por otro lado,  hace falta ir a nuestros referentes inmediatos, porque tenemos referentes inmediatos, para luego seguir retrocediendo y alimentarnos de lo mejor de nuestra tradición poética. Seamos enfáticos: me resulta enfermizo que se quiera leer la poesía de Alejandra Pizarnik y no la de Martín Adán. Eso es lo que pasa, estamos viendo mucho otras tradiciones, que no me parece mal que se haga, cuando la tradición poética peruana es una de las mejores en lengua española.

Acaba de iniciar el año escolar y, desde mi punto de vista, existe plan lector menesteroso y que necesita renovarse con urgencia ¿Podría ser esta una chance para las editoriales independientes?

Me perdonarán los editores independientes, que a algunos conozco y a otros solo los he escuchado hablar, pero no creo que el plan lector sea una oportunidad para las editoriales independientes. Para empezar, muchos editores a las justas han leído veinte libros en su vida y que ven esto del plan lector como un negocio para ganar dinero, solo eso, ganar dinero. Perdonen si soy injusto, pero es la impresión que tengo. Cuando presentan su programa de lecturas, ¿qué clásico presentan? Ninguno. Hablan de la importancia de la lectura cuando no leen, ¿nos hablan acaso de lo último que están leyendo? Nada, solo detallan de sus chupetas y viajecitos. Un plan lector necesita del respaldo de una voluntad política. Un plan lector es más necesario que el Proyecto de la Unión Civil, es más prioritario que mandarle la moto a Castañeda, más trascendental que un indulto a Fujimori… He llegado al convencimiento de que solo la lectura puede brindar esperanzas a este país que vive un avance económico con ciudadanos que no saben ni escribir una carta a la madre. Harold Bloom dijo que la lectura de los clásicos de la literatura universal es la piedra angular en la formación de toda persona, no importa lo que esta persona sea de adulta, no importa si sea médico, matemático, científico, ingeniero o caficho. La lectura de los clásicos es medular, esencial. Hay pues que fomentar la lectura y para ello se requiere de una voluntad política. No hay otra. He visto que todos los intentos por fomentar la lectura son un asqueroso negociado bien maquillado de buenas intenciones, solo se busca dinero. Como dijo el editor chileno Matías Rivas: “hay que combatir la no-lectura como si combatiera al sida”. Eso debe hacerse aquí, debemos combatir la no-lectura como si estuviéramos luchando contra el sida. La lectura tiene que ser vista como una costumbre natural, no como un acto hipster.

 La Casa de la literatura está por lanzar un conversatorio que tiene como pregunta transversal los cambios que ha atravesado la narrativa peruana en la última década ¿Cuál es tu opinión al respecto? ¿Existen nuevas tendencias o la guerra interna ha sido un cliché abordado por demasiados autores?

Bueno, me parece que se toquen todos los temas que caractericen a la nueva narrativa peruana. Me es indudable que estamos siendo testigos de nuevas formas de narrar. Conozco la obra de Francisco Ángeles y también la de Juan Manuel Robles. Estamos hablando de dos narradores importantes, con proyección, serios y a los que defiendo en lo literario. O sea, no me gusta la mezquindad, cuando la envidia ciega tu valoración literaria del libro del otro. Pero mi defensa llega hasta un punto. Me explico: Ángeles y Robles sufren el doble rasero de los saludos: son saludados por aquellos que los admiran y valoran, como también por los gusanos que los desprecian y envidian detrás de escena y que cambian de discurso porque les interesa quedar bien con el narrador de moda o del que se está hablando. En esto, “El impopular” es campeón. Me hablaba pestes de la novela de Ángeles y ahora se ha convertido en su representante Ad Honoren. Para cualquier autor, esta es una buena señal, no hay nada mejor que el lustrabotismo de quien descalificaba tu obra. En cuanto a la guerra interna y la narrativa que ha generado, en algunos casos con muy buenos títulos, pienso que hay que dejarla descansar por un tiempo. Hace falta una mayor perspectiva, una distancia más prudencial de lo que creíamos, al menos de lo que creía yo. Es un tópico tan fuerte y delicado, que detrás de él hay miles de muertos, que no podemos diseccionarla a razón de un premio continental. ¿No te parece extraño que a la fecha no haya una novela que podamos decir que es una obra maestra sobre los años de la violencia política? No la hay ni la habrá. Ese tema tiene que discutirse siempre, pero enfriarse en términos literarios, no escribirse desde la arrechura del marketing. La arrechura del marketing ha hecho que no hablemos de los libros y autores del interior del país que han escrito de esos años oscuros y sangrientos. No te exagero, hay una movida literaria impresionante y subterránea en el interior, movida literaria que se desarrolla en ferias, congresos y universidades. Y me alegra que eso pase, me parece de la putamadre que los amigos de provincias no vean literariamente a Lima como si fuera Buenos Aires, Guadalajara, Bogotá, Barcelona, Madrid. Se han quitado la venda de los ojos. Literariamente, Lima no es ni mierda.

El nombre de esta web es «El buen librero». Tratamos siempre de reseñar y en base a ello darle a la gente motivos para leer ¿Te animarías a soltar algunos títulos que te hayan sorprendido últimamente?

Es muy difícil responderte esta pregunta. Siempre estoy leyendo, por lo general leo cuatro libros a la vez, me reparto su lectura a lo largo del día. En ocasiones, como en estas últimas semanas, llenas de adrenalina, leo siete libros porque de lo contrario me mato. La lectura ordena mi vida. Me salva de ser un asesino en serie, me lleva a un estado de equilibrio, me rescata de la depresión permanente, la lectura me lleva a un festivo estado violento, la lectura me da placer, me cuestiona. Antes de recomendar una novedad, quisiera que se vuelvan a los clásicos. No sé, aún mantengo el asombro que me dejaron Los hermanos Karamázov, Ilusiones perdidas, Gargantúa y Pantagruel. Hay que regresar a la semilla, esa semilla que refuerza nuestra condición de lectores. La mejor manera de reforzarnos y defendernos de las mentiras de las novedades, es precisamente volviendo a los clásicos. No hay otra.

Fotos: Javier Arnao Pastor («El caminante»)

Un comentario para “Salvaje y demoledor

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