ruidobisama

 

Autor: Álvaro Bisama
Editorial: Alfaguara, 2012

(RESEÑA) Hora de balances. Habiendo pasado el 2012 con su Feria de Guadalajara, y dados los anuncios de fin de mundo y las predicciones de fin de año, me atreveré a señalar que estos 2 libros debieran aparecer sí o sí en esas listas de recomendaciones que los editores de diarios y revistas encargan como obligación a algún periodista en práctica, para que luzca su enorme ingenio y creatividad escribiendo el manido y recontra-sabido reportaje sobre los “10 libros para leer en vacaciones”. Ciertamente, las editoriales Planeta (“Raro”) y Alfaguara (“Ruido”), estarán dentro de las que el reportero de turno deberá consultar si no quiere ser catapultado de regreso a su escuela de cahuinística. Si no se guía por el ránking de libros del Mercurio, no sabe lo que es una estrategia de colocación, no sabe dónde está parado.
Por:

Rodrigo Hidalgo

Ya sabemos que en el escenario actual están las “grandes ligas” de las editoriales como Alfaguara, Ramdom House, Planeta, etc. Y están las “ligas menores” de las editoriales independientes nacionales, las recontra-independientes y las furiosas o rabiosamente independientes. Y el lector/auditor ya sabe también que en lo personal, yo soy un entusiasta defensor de éstas últimas, porque considero que en las ediciones independientes se juega de verdad, ahí hay riesgo, hay descubrimiento, hay por lo tanto verdadera literatura (dicho sea de paso, estas editoriales independientes se llevaron -¡caramba!- un verdadero y merecido reconocimiento en México, país en donde leer no es delito ni prerrogativa de freaks y snobs). Lo otro suele ser puro mercado, publicidad, autoayuda y Corín Tellado. Pero es cierto que también en esas grandes ligas se encuentra uno a veces con tremendos libros. Tremendos primero que nada por el despliegue mediático y por el precio. Pero tremendos a veces también por el texto, como ocurre con Bisama y con Contardo, reconocidos escritorazos.

Vayamos a los libros. En “Ruido”, Bisama persiste en el ejercicio de torcer la toalla, logrando aún que caigan gotas de sudor y sangre tras sumergirnos en ese mar que nos baña -contra lo que dice el himno patrio- nada de tranquilo. Y por su parte, en “Raro”, Contardo deleita a cualquier lector bien nacido: expone la odisea del ser gay en la historia nacional, la evolución de su figura, y señala a los asesinos, homofóbicos y fascistas, riéndose incluso de ellos. Dos libros políticos.

Ahora, no sé si “Ruido” sea para leer en la playa, mientras se deja adormecer por el calor, por el sonido del mar y el ajetreo de los bañistas. Pesadilla segura. A mí, leer este libro me dejó sin dormir, sin posibilidades de conciliar el sueño. Es un libro perturbador. Es, de nuevo, nuestro fantasma más temido y a la vez archiconocido: la dictadura. El ruido al que se refiere Bisama está entonces hecho de sonidos inidentificables del todo, pero la propuesta es desentrañar esas pistas que el autor despliega; intentar discernir lo que suena, identificar y separar los gritos, ladridos, estruendos, los golpes de puño o de electricidad, el acople de amplificadores mal ecualizados, bocinazos, turbinas, alarmas y sirenas, el canto o chillido de las cigarras de nuestros valles centrales a media tarde… seguirá el lector aguzando el oído, enumerando fuentes sonoras, y seguirá sintiendo que algo se le escapa, que este fantasma maldito le esconde la tranquilidad. Como si al meter en una grabadora la provincia, la dictadura y su resaca horrorosa, obtuviéramos un ruido misterioso como el que saca de quicio al conductor de un vehículo. Esa angustiante atmósfera, que se prolonga tras cerrar el libro y al constatar la realidad actual, es un tremendo logro de Bisama.

Alguien podría decir que no es novedoso que una vez más se nos pinte el retrato y tragedia del vidente de Villa Alemana. Bisama sabe que la historia es conocida en Chile, y no le importa, porque en el friso que pinta, ese personaje es una mera excusa para un proyecto más amplio, que es esa pesadilla, la dictadura en una localidad de veranos insoportablemente áridos. La escritura misma del libro funciona y potencia esa exasperante ambigüedad, la indefinición del ruido. No es una novela convencional, tampoco es un conjunto de crónicas, habla Bisama asumiendo un “nosotros” confuso, no explicitado. Estamos ante la construcción de un espacio simbólico, la alegoría de un país que perdió el interés y la intención de desentrañar sus zonas oscuras, sus misterios, aun cuando fueran secretos a voces. Hubo un momento en que se cerraron las estaciones de trenes y los helicópteros arrojaron cuerpos al mar. Luego de eso, a nadie le importó más nada, nos acostumbramos al ruido de la estación vacía y de las hélices desafiando al viento. Chile como un Humberstone donde Bisama sigue gritando, ensayando como el vocalista de un grupo de metal, maldiciendo nuestra suerte como generación y como país, tratando de conjurar ese destino de sicótico que convive con las voces que oye y no puede fingir que no las oye, alienado que se resigna a leer la realidad como si a ésta la cubriera una pátina de ruido.

¿Podemos escudriñar un poco más en la novela? Acaso sí, porque me sirve en estas páginas para hacer el pase al comentario del otro libro. El vidente de Villa Alemana, su tragedia. El descubrimiento de la propia identidad sexual, un muchacho en el margen del margen, un chico de la calle en una localidad que emergió a orillas de una estación de tren y ahora yace abandonada. ¿Quién era el vidente? ¿Qué hicimos con el vidente? ¿Qué le hicimos a ese ser humano? La dictadura nos exculpa, pero ello no es suficiente bálsamo. La dictadura tiene los nombres y apellidos de las personas que trabajaron y trabajan aún por ella. Que montan espectáculos a partir de tragedias reales. Que hacen que ser gay sea en sí mismo una tragedia. Que nos construyen la realidad, que manejan como titiriteros los medios. Que nos hablan del fin del mundo, que convocan a la Iglesia para que avale o certifique teorías que de teorías no tienen nada, puro humo. Todos en Chile sabíamos que el vidente de vidente no tenía nada, que era un fuego de artificio para tapar las muertes de Pinochet y sus esbirros. Eran tantas que eran demasiadas las cosas que sabíamos, por eso callábamos, por eso nos acostumbramos a callar. El silencio y el ruido, contracaras de un mismo sino. La Iglesia y su silencio, el margen y su ruido. Un travesti en esa cuerda floja.

El libro de Contardo es un trabajo de años de investigación, con ayuda de profesionales de otras disciplinas, y demostraciones contundentes del nivel cultural e intelectual de su autor. Siguiendo a Foucault y a tantos otros, Contardo se convierte en un arqueólogo del pensamiento, de las humanidades, de la filosofía, y hurga en los registros judiciales y médicos, recoge el testimonio anónimo de los que pronto no tendrán ya más voz propia que un epitafio. Una historia de la homosexualidad en este país comienza necesariamente en España, desde donde importamos su modo de concebirla: el pecado de la sodomía. De ahí, en algún momento, pasó a ser una enfermedad (como para algunos sigue siendo). Ya desde los 60’s, en el mundo occidental, o en Europa y U.S.A. específicamente, comenzaron los movimientos de reivindicación, de liberación, y comenzamos en tanto humanidad, a entender que no es ni un delito ni un desorden hormonal o sicológico, sino que es una condición naturalmente humana y una opción sexual, y que han sido los contextos socio culturales históricos (religiosos y políticos por ende) los que han determinado su persecución y castigo. Así como el hombre blanco puso su bota sobre la mujer y sobre las razas de color, lo hizo con los homosexuales. Pero así mismo se acabó el apartheid y la discriminación contra las mujeres. Falta aún mucho más, y hay miles de aspectos en los que algún pesimista podría decirme con ironía: sí claro, se acabó la esclavitud. Y las vacas vuelan. Pero algo se ha avanzado. Ya que este libro vea la luz y no haya una manifestación del Porvenir de Chile pidiendo quemar los ejemplares, es un avance. Ya es un avance que “Raro” sea comentado y aplaudido y leído, sin que aparezca alguna ministra a poner el grito en el cielo. Que todo el país haya condenado a los asesinos de Zamudio habla de lo mismo. Y que no se entienda mal, no es conformismo. Por cierto se hacen falta más y más espacios de libertad, y a este país puntualmente le faltan décadas sino siglos para que se le abra la mente y se haga la luz a demasiadas personas. En Chile, y esto también está en el libro, el movimiento gay está aún dando sus primeros pasos, tímidamente. Al otro lado de la cordillera ya hay matrimonio gay.

Pero quizás lo mejor, o lo que más me gustó de “Raro”, es cómo está escrito. Y me refiero al humor. Un libro como éste podría ser un largo lamento. Pero Contardo se da maña y luce su pluma. Porque es para la risa cómo la izquierda que se suponía defendía a los marginados y perseguidos sea incapaz o le cueste tanto asumir la sexualidad de algunos de sus íconos, el caso de Víctor Jara. Recuerdo una frase de “Como agua para chocolate”, la película cubana: “el comunismo no entra por el culo, compañero!” Cómo se complicó mi viejo con esa película, cómo le cambió las perspectivas revolucionarias. Cómo no me voy a reír.

Es para la risa que en las sotanas reine la confusión cada vez que se descubren sus propias manos en las gónadas. Y ahí están las miles de tiras cómicas y sátiras, los temas musicales que como liras populares han florecido escarneciendo a cuánto cura pedófilo y -aún más- sin que ni ellos mismos sean capaces de entender la diferencia entre homosexualidad y pedofilia. Es decir: es para la risa que la Iglesia, que condena y castiga con ira divina, padezca semejantes contradicciones y luzca con orgullo tozudo la ignorancia. Y me da risa que día a día vean con angustia cómo se levanta la sospecha sobre un nuevo colegio. En realidad da risa que la fe tenga tanto espacio para tanta mojigato huevón. A fin de cuentas el mismo hombre blanco que dominó y domina, puede siempre ser un demente a punto de explotar si reconoce en sí un impulso erótico hacia otro hombre blanco. Y también es para la risa las mañas que se ha dado la literatura, el arte y la cultura, para ver, para no ver y finalmente parea hacer ver (a veces todo al mismo tiempo), lo que siempre ha estado a la vista.

Para terminar, tengo que recordar que en este país los líderes de opinión, como Pilar Sordo (especie de mujer ideal para Mauricio Bustamante), son queridos y respetados por una enorme cantidad de chilenos. Hablamos de una lamentable mayoría nacional que sigue a esos modelos: una medieval manera de entender las relaciones humanas, donde hay mejores personas que otras según cuánta plata tienen, según su color de piel, según su nivel educacional, según su religión o su opción sexual. Y cuando recuerdo esto me resulta ligeramente paradójico el comportamiento de editorial Planeta, donde la mentada Pilar Sordo ha publicado más de un manual de conservadurismo para que la gente bien sea feliz y vea pasar la vida. Nimiedades en que se fija uno. Quizás no es nada paradójico, no. Los criterios editoriales no tienen que ver con esas cosas. Claro que no: si hasta lo dijo Piñera, “libro bueno es el que se vende y punto”.
Levantaré sí un ruego. Que Odín me escuche. Ojalá que el lector de otras latitudes se entere, conozca este Chile. Ojalá Alfaguara lleve este libro de Bisama a sus tiendas en Bogotá o Pernambuco, y lo mismo haga Planeta para que los gay de Tarija y de Paramaribo sepan que este país se ha convertido en un lucrativo vertedero clandestino. Un país que calla y acalla, que reprime, miente y silencia. Un país que oculta la cabeza cual avestruz.

Cerremos pues el año. Me cuesta recomendar al lector/auditor que se compre estos libros, porque son carísimos. Hasta las versiones pirateadas en San Diego son caras. Puedo sí instarlo a que le dé vida y uso al Bibliometro, a las bibliotecas. En último caso, vaya y cometa un latrocinio. Será por una causa justa: “Ruido” y “Raro” le servirán, se lo garantizo, para ser mejor persona, para hacer un mejor país.

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