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(CUENTO) Extiendo mi mano, cierro los ojos. Fidel se coloca enfrente de mí y olfatea mi blue jean. Huele a Madrid, a clase turista, a escala en el aeropuerto de Quito. Luego hace lo mismo con mis manos. Su hocico de trufa aspira mis nudillos. Lo hace cada vez más fuerte, como si estuviese en un campo de cultivo, rasgando con las patas las entrañas de la tierra hasta descubrir un cadáver.

 

Resurrección

Por:

María José Caro León-Velarde

Fidel no me reconoce. Me observa desde detrás de una maceta y gruñe al verme ingresar a la casa. Duele. Recuerdo las video-conferencias desde Madrid y mis inútiles intentos porque reaccionara ante mi voz saliendo de la computadora. Ante mi rostro reducido a pixeles y desdibujado por la distancia. Le hablé en susurro, por medio de altavoces, desde un parque lleno de perros, ofreciéndole un bocadillo de tocino materializable en el Perú gracias a mi madre. Me aferré, sin éxito, a todas las estrategias que manejaría un fantasma para llamar la atención en su propio funeral.

Suelto el equipaje de mano sobre la alfombra de la sala mientras Fidel se acerca ladrando. Me pongo de cuclillas y lo espero. Estampo los ojos en los jeroglíficos inentendibles de las alfombras persa. Fidel es un perro chusco. Tiene el porte y el color negro-moteado-de-marrón, propio de un pastor alemán. Sin embargo, su cráneo es inversamente proporcional a su cuerpo. Mi madre lo compró en la calle. A una mujer que amenazaba con ahogarlo dentro de una batea si nadie se lo llevaba. Extiendo mi mano, cierro los ojos. Fidel se coloca enfrente de mí y olfatea mi blue jean. Huele a Madrid, a clase turista, a escala en el aeropuerto de Quito. Luego hace lo mismo con mis manos. Su hocico de trufa aspira mis nudillos. Lo hace cada vez más fuerte, como si estuviese en un campo de cultivo, rasgando con las patas las entrañas de la tierra hasta descubrir un cadáver. Allí mismo, soy testigo de mi propia resurrección. Fidel clava sus ojos café dentro de los míos y aúlla. Suelta un alarido ahogado que pregunta y responde, todo a la vez. En seguida, esconde el hocico bajo mis rodillas; la cola se desparrama entre sus patas traseras. Coloco las manos detrás de sus orejas. Acaricio la cicatriz abultada que tiene tras una de ellas. Solo la mujer de la calle sabe cómo se la hizo; en casa la consideramos defecto de fábrica.

Entonces, tengo una prueba física de su alegría, de su dolor hecho nudo, de su sorpresa ante un mundo que lo desencaja. Un hilo amarillo oscurece una figura romboide en la alfombra; la vejiga de Fidel se vacía delante de mis pies. Estoy viva.

Biografía:

(Lima, 1985)

María José Caro León-Velarde es comunicadora social por la Universidad de Lima y tiene un máster en Comunicología Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido colaboradora y miembro del comité editorial de la revista literaria Un vicio absurdo. Ha participado de la antología Palo y Astilla con el relato “A mitad de la noche”. Bajo el sello de editorial Santillana ha publicado “La primaria”.

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