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(ENTREVISTA) “¿Qué uso de la crítica hace un escritor?”, se pregunta Ricardo Piglia en una de las entrevistas del libro Crítica y ficción. El escritor argentino alude a la tradición del desvío, es decir, a la idea de transgredir o distorsionar el significado de una obra con el fin de generar nuevos conocimientos: se trata de volver creativa la actividad crítica. 

Francisco Ángeles, en Plagio (Penguin Random House, 2016), su tercera novela, parte de una idea similar para escribir un texto que plantea otras cuestiones fundamentales no solo para el quehacer creativo, sino también para la actividad crítica; por ejemplo, ¿qué uso de la teoría hace o puede hacer un escritor? Al final, entre varias cualidades, la novela destaca no solo por emplear teorías como insumos, sino por plantearlas de tal forma que sean parte de la estructura del libro: desde mi punto de vista, no se trata de una novela con teorías, sino de una novela teórica. Además, en la tradición de novelas que involucren al lector en la construcción de sentidos, Plagio genera muchas preguntas que estimulan la lectura. De estos y otros aspectos, conversé con Francisco Ángeles en una breve entrevista.

Por:

Lenin Pantoja Torres

Plagio es la reescritura de La línea en medio del cielo (Revuelta Editores, 2009), tu primera novela. Por la diferencia entre ambas, ¿se podría decir que Plagio es una versión más cerebral y subversiva de tu primera novela?

Yo diría que Plagio es un intermedio entre reescritura y novela nueva. Flota en esa zona ambigua que me lleva a una pregunta que, no sé por qué, me obsesiona: ¿cuándo un objeto, una persona, una relación, una idea, una historia, deja de ser lo que era y se convierte en otra cosa? Esa es una de las preguntas que me llevaron a esta reescritura, sampleo o versión de La línea en medio del cielo, pero ya no en un plano que podríamos llamar ontológico sino en uno histórico: ¿existen eventos capaces de romper con todo lo previo o no es posible salir de cierta continuidad histórica? En el plano textual, me pregunto si es posible producir ideas verdaderamente propias. Y, como es difícil no concluir que nada es radicalmente original, que en cierto sentido todo es copia, quiero pensar cómo ocurren esos desarrollos y transformaciones. Plagio intenta poner todo eso en primer plano, empezando por la concepción misma del libro, por supuesto.

Una de las principales ideas que organiza el contenido es la que nombra a la novela: plagio. Sin afán de arruinarle la lectura a nadie, ¿en qué consiste plagiar dentro de la novela?, ¿se trata de un concepto funcional al libro o también se puede aplicar a la realidad?

Claro, se aplica a la realidad, y la novela trata de recoger esa situación. Como decía Borges: la vida copia a la literatura. Yo creo totalmente en eso, no solo la literatura, sino cualquier estímulo cultural o audiovisual: películas, publicidad, programas de televisión, videojuegos. La gente que vio Natural Born Killers y después se volvieron asesinos en serie. Los asesinos de Columbine que mataban gente en los videojuegos y después fueron a su colegio a matar a todo el mundo. Esa es una influencia real. Quijotismo, diría Piglia: lees y después sales a vivir lo que leíste. Plagio recoge esa tradición para problematizar qué hace uno con lo que lee. En este caso, qué hacer con la lectura fanática de Georges Bataille, tal como para otros el problema fue qué hacer con la lectura de Marx o Mao.

Plagio no es una novela con teorías, sino una novela teórica, porque estos elementos son imprescindibles para el texto. En ese sentido, ¿cuál es la función de las teorías en tu novela?, ¿existe un correlato de estas en tu quehacer intelectual?

Yo no la definiría como “novela teórica”, pero no invalido la categoría. Puede ser. Los personajes observan el mundo desde la teoría: piensan que la historia consiste en modelar la realidad de acuerdo a los marcos previamente escritos. En cuanto a lo que tiene que ver con mi trabajo académico, el ejercicio intelectual es parte de lo que me define, no puedo ni quiero dejarlo de lado, es como parte de mi ADN, uno de los elementos que constituyen el espacio desde el cual observo, juzgo, analizo y, sobre todo, escribo. La teoría permite observar y entender con más precisión la realidad. Pero no es el único elemento porque la experiencia también es importante. Sería entonces la experiencia cruzada por la teoría, no la teoría por sí misma. En las novelas que he escrito por ahora siempre tuve claro que debía existir una historia, personajes, acciones. No tengo ninguna intención de escribir ensayos novelados. Todo lo contrario: me gusta mucho que existan ideas en las novelas, pero para enriquecer la historia, la trama, los personajes, de ninguna manera para reemplazarlos.

“Me gusta la idea de un escritor que también es un intelectual, que no solo se propone contar una historia sino que también se cuestiona su propio ejercicio de escritura…”

Cuando uno piensa en novelas sobre la etapa fujimorista, probablemente sea complicado recordar algunos nombres. ¿Por qué decidiste precisar los ambientes y las referencias, sobre todo políticas e históricas, en Plagio cuando en La línea en medio del cielo optaste por la indeterminación?

En la época de La línea en medio del cielo, que la escribí muy joven, a los 23 o 24, aunque tardé en publicarla, manejaba una idea muy típica de los 90 que señalaba que para ser “universal” había que evitar restringirse a nuestro contexto inmediato y, en consecuencia, convenía no ponerle nombre a los lugares, no mencionar países, épocas, ciudades. Con el tiempo me fui dando cuenta de que en realidad era todo lo contrario: que el verdadero reto era alcanzar ese nivel de abstracción, que podemos llamar “universal”, no borrando las huellas de origen, sino más bien enfatizándolas. Y que mi objetivo debía ser acceder a ese rango no partiendo de lo indeterminado, sino que la historia pueda funcionar incluso si los bares, como La Ramadita o el Sky, aparecen con su nombre.

Dentro de todo lo que has publicado, esta es tu novela más cercana a Ricardo Piglia. Por ello, ¿cuánto le debes al autor de Respiración artificial en la construcción de tu propia concepción de escritor/intelectual que produce ficción e ideas?

Todo. Por eso le dedico esta novela a Piglia, quien siempre dice que los escritores que más te marcan no son los que cambian tu forma de escribir sino de leer. Eso fue exactamente lo que me sucedió con él: después de leerlo cambió mi percepción no solo de todo lo que leí después, sino también de lo que había leído antes. Me gusta la idea de un escritor que también es un intelectual, que no solo se propone contar una historia sino que también se cuestiona su propio ejercicio de escritura, piensa cuál es su lugar dentro de una tradición, toma una posición frente a ella, pero que no por ello renuncia a contar historias, mucho menos produce libros ilegibles, sino que puede concretar textos que muevan, sacudan, golpeen. Todo eso, y más, se lo debo a Piglia. En ese sentido, en La línea en medio del cielo era una especie de homenaje. Pero pasados los años, cuando me propusieron su reedición, sentí que no era un tributo a la altura de su influencia. Estaba seguro de que podía haberlo hecho mucho mejor. Que, con presupuestos parecidos, con elementos que se repetían, podía buscar, como escribo en la nota con que concluyo el libro, “el original que viene después de la falsificación”. Plagio es, entre otras cosas, el resultado de ese proceso y también es el cierre de mi etapa pigliana. Pero no por primera vez: Austin, Texas 1979 ya era un intento de zafar no solo de su influencia, sino sobre todo de la tradición borgeana en la que Piglia se instala, apelando a lo que en cierto sentido puede considerarse opuesto: las emociones, los sentimientos, la identificación con los personajes. Por eso mi siguiente novela será mucho más cercana a Austin, y si todavía existen en ella elementos piglianos serán puntuales, que he tomado ya no como influencia sino como aspectos que asumo deliberadamente porque creo que me pueden servir. Con eso completaré dos mínimas series, de dos libros cada uno, a los que para ser medio posero llamaré “los pares” y “los impares”. A pesar de que en los cuatro libros habrá de todo, para ponerla fácil diría que los pares son los de fuerza, huevos, sentimiento, y “los impares” los más cerebrales o intelectuales. Después de que publique la cuarta novela pasaré a algo distinto, ojalá muy distinto que todo lo anterior.

 

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