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(ENTREVISTA) Ulises Gutiérrez posee un aire calmado. Una postura atípica de acuerdo a la situación que vive en estos momentos; está a punto de salir a la luz la reedición de su libro de cuentos «Ojos de pez abisal». Aunque sus amigos certifiquen que así ha sido siempre, es con ese mismo buen ánimo que se dispone a responder #Las5cortas de El buen librero.

Por:

Gianfranco Hereña

Estás a puertas de una nueva publicación. Mejor dicho, una reedición. Cuéntanos un poco qué novedades presenta esta segunda entrega de «Ojos de pez abisal».

Es una edición corregida y aumentada. He corregido los errores gramaticales que me resaltaron algunos de los lectores de la primera edición, he reescrito las partes que, tras la relectura, sentía un poco sueltos, he agregado algunos correos electrónicos en los que el Zancudo —los que han leído la novela me entenderán—, le escribe a Camila sangrando su nostalgia por el Perú y escarbando el recuerdo de una mujer (cuándo no éste pata). La historia, los personajes son los mismos, por supuesto, así que quienes hayan leído la novela y quienes no, viajarán igual de los ochentas a los dosmiles, de las punas de Huancavelica a los palacios imperiales de Kioto, del huayno al rock and roll.

¿Qué es lo primero que se te viene a la mente cuando menciono a Colcabamba, la atmósfera de la que sin duda alguna has extraído a varios personajes de tus cuentos? 

Tranquilidad. Enorme tranquilidad. Fui un niño muy feliz allí. Era un animal silvestre. Yo me levantaba de mi cama al arrullo de un riachuelo que pasaba al costado de mi casa, salía al patio y hablaba con las gallinas, los cerdos; entraba al corral y acariciaba a los caballos de mi abuelo; tenía un huerto gigante al lado, entraba en ella y comía fresas, guindas, lechugas. Salía a la calle, me encontraba con mis amigos y podía pasarme todo el día, todo el santo día, caminando con ellos, explorando los cerros, nadando en los ríos, comiendo solo frutos que encontrábamos en el camino, rebuscando las quebradas como si fuéramos geólogos, biólogos, botánicos, aprendiendo de ese inmenso parque natural que era Colcabamba y que nunca terminábamos de conocer. Por eso cuando veo a los niños de ahora, en Lima, criados dentro de departamentos de 80 m2, en escuelas sin patios, sacados a pasear, a ver el sol, solo por horas como mascotas, me doy cuenta de lo afortunado que fui. Por eso regreso siempre a Colcabamba, regreso a ser el niño feliz que fui.

Hay algo que he podido percibir (corrígeme si me equivoco) y es que en la sierra se vive constantemente un aire ensimismado que resulta, a veces, poético, inspirador para quienes escriben. La pregunta aquí va por el lado narrativo ¿Cómo encajar ese aislamiento y cosmovisión tan particular en un mundo cada vez más marcado por los géneros literarios?

Como no ser poético si se amanece al lado de un río, acariciando caballos, hablando con los animales. Además el quechua es poético. Hay un huayno de Acomayo que dice: «castellanito peruano yachaykachiway rimayta/¿Ima ninanmi te quiero? ¿Ima ninanmi te amo?», que traducido sería: «castellanito peruano enséñame a hablar/¿Cómo se dice te quiero? ¿Cómo se dice te amo?» ¿No es hermoso? En dos versos se resumió el mestizaje, se unió el Perú. Yo he tenido la suerte de vivir ese mestizaje. Mi vida es un viaje topográfico y cultural que va de la sierra a la costa, de lo rural a lo urbano, del quechua al español, del huayno al rock and roll. He podido nutrirme de ese aire ensimismado que refieres viviendo en Colcabamba, en Huancayo, oyendo los cuentos que me narraban mi abuelo, las mamas, los taytas que conocí. Pero también me nutrí de la cultura de occidental. La ciencia, el arte, la música, la literatura que aprendí en Lima, viviendo afuera, viajando por otros países, es parte del ser humano que me tocó ser: ambos mundos no tienen porque contradecirse ni confrontar, son la mezcla que somos todos en mayor o menor medida. Como en el huayno de Acomayo, en la literatura, se puede narrar en peruano, en simple y llano peruano.

 

(…) Cuando veo a los niños de ahora, en Lima, criados dentro de departamentos de 80 m2, en escuelas sin patios, sacados a pasear, a ver el sol, solo por horas como mascotas, me doy cuenta de lo afortunado que fui. Por eso regreso siempre a Colcabamba, regreso a ser el niño feliz que fui.

 

En alguna oportunidad mencionaste tu pasado como estudiante de ingeniería y que tras aquel tropiezo la literatura surgió como algo casi espontáneo ¿De los fracasos nace el escritor? ¿Cómo lo ves tú?

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Portada de la reedición de «Ojos de pez abisal»- Ceques, 2016. La presentación será el martes 14 de junio a las 7 pm en la librería-café del Fondo de Cultura Económica (Calle Esperanza 275, Miraflores, Lima) y contará con los comentarios de Rossana Diaz Costa y Dante Trujillo.

Hace un mes, por una maestría que quería iniciar, tramité mi certificado de estudios de la UNI, un certificado en el que salen todos los cursos que uno ha  llevado en los cinco años del pregrado y las notas que sacó. Recogí el documento y mientras me tomaba un té, viendo las malas notas de mis peores ciclos, caí en la cuenta que esos ciclos correspondían además a los periodos en que, por alguna razón, generalmente un amor no correspondido (tú sabes, a esa edad uno se enamora de todo y se conforma con nada), me dio por leer y escribir como si me sobrara el tiempo, como si se pudiera resolver ecuaciones y escribir cuentos a la vez. Escribía. Puras tonterías, estupideces, pero escribía para escapar del fracaso. ¿Qué otra cosa es la literatura sino contar la historia de un fracaso? Escribimos para revelarnos contra la realidad, para torcerla, para cambiarla, aunque sea solo en nuestras mentes, en nuestra imaginación.


Es preciso señalar en este punto que cuentas con muchísima experiencia ¿Te animarías en algún momento a dictar un taller?

Me gustaría. Por supuesto que me gustaría. No sé si tenga la suficiente experiencia para ello y no sé si resulte un buen profesor de narrativa; pero en todo caso, si resulto malo para la narrativa, les puedo enseñar hidráulica, tratamiento de aguas, cálculo infinitesimal. (Risas)

Bonus track

¿Qué andas leyendo últimamente?

Estos días estoy muriendo de tristeza con “La guerra no tiene rostro de mujer” de Svetlana Alexiévich. El testimonio de mujeres soldados que sobrevivieron a la segunda guerra mundial es desgarrador. Imagina esta historia. Una mujer, piloto de la fuerza aérea soviética, tiene una niña que apenas si puede comer y caminar por su cuenta, viven en los cuarteles, no tiene con quien dejar a la bebé. Todos los días, a las cuatro de la mañana, deja a la niña sola, encerrada en los cuarteles, con la papilla al pie, toma su avión y vuela al frente de combate a bombardear alemanes. Por la tarde regresa, encuentra a la niña llena de papilla. La niña ya no llora, solo mira a la madre con sus ojos grandes, grandes como los ojos del padre muerto en el frente de combate. ¿No es para morirse de pena?

Sobre el autor

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Ulises Gutiérrez Llantoy es ingeniero sanitario, graduado en la Universidad Nacional de Ingeniería. Estudió en la Escuela de Escritura Creativa de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado el libro de cuentos The Cure en Huancayo  (2008) y la novela Ojos de pez abisal (2011) premiada por la Fundación para la Literatura Peruana 2015. Ha sido finalista del premio Cope de novela 2015. Cuentos suyos han sido incluidos en la antología “El Cuento Peruano 2001-2010” y publicados en la revista “Buensalvaje” y El Dominical de El Comercio

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