Autora: Ariana Harwicz
Editorial: Mardulce, 2015

(RESEÑA) El mundo interior de Harwicz conlleva una exploración intensa. Se trata no solo de un libro que yace a medio camino entre la poesía y la prosa, sino que va desangrándose línea por línea, ofreciéndonos la radiografía de una autora poseída por la violencia de sus propios recuerdos.

Por:

Gianfranco Hereña

Por momentos da la impresión de que se está frente a una protagonista completamente desolada y de pronto, ésta se enfrenta a su propia madre, rompiendo de inmediato el vínculo que naturalmente las une y transformándolas, en cambio, en dos mujeres que habitan un mundo en el que no caben. Lo que se percibe, entonces, es una sensación abrumadora de incomodidad. La protagonista vive intensamente disyuntivas con respecto a su madre y frente a una relación tormentosa con un hombre que no la satisface sexualmente y, en cambio, la utiliza.Este es, finalmente, el hilo conductor que de a pocos va hilvanando las historias que se cuentan y pueden leerse tanto en conjunto como de manera independiente.

«ENCUENTRO UNA NOTA CLAVADA A LA PUERTA, “No te acuestes tarde y mañana vamos a navegar”. La casa está llena de ronquidos y solo somos dos. Soy un espectro, camino con la panza apretujada, con el demonio en la panza, cae a mis pies, me muevo entre habitaciones. No hay nada, tampoco diría dolor, no es ni eso, son más bien azulejos fríos, si no sirve meter la cabeza en el tigre, para qué días. Busco por la casa algo y no sé qué. Deambulo, veo a mamá sin contornos lavarse, rayarse. Tarde para haber vivido, temprano para eliminarse. Me meto en su cama, no la despierto, me subo a ella y la abrazo, estoy perdiendo consistencia y sólo soy una especie de idea. Soy la idea de amor de un hombre que vive con otra, que ama a otra, a cientos de kilómetros». p22

«ANTES HICIMOS EL AMOR Y NADA. A veces, un cuerpo no es más que un coito, un hijo del coito. No pasa, no sale, nada. Un último beso y le agarro lo que queda de la cara y se lo estampo. Al final suena su teléfono y taladra mi cabeza. Como en los accidentes de tren, la gente de los suburbios baja como monos hacia las vías a vaciar los bolsillos de los moribundos». p94

Línea por línea, Harwicz estremece y da latigazos de poesía que no necesitan adornos. El estado de la prosa, cruda y violenta, genera en el lector imágenes que se nos revelan como en un cortometraje donde la primera persona posee una cámara que avanza a paso nervioso, titubeante, dejando que todo lo que ocurre a su alrededor simplemente se de como la añadidura a un escenario tenebroso y aparentemente cotidiano.

«Afuera hay restos de noches sucias y estrelladas. Y un traje militar. Viejo inmundo. No lo juzguemos todavía. Lo veo desnudo, la piel tostada, varices, carne floja, un viejo. Quizás el último hippie, un pedófilo, un jugador compulsivo. O un fugitivo, un indocumentado. O un abuelo con amnesia que se fue de su jardín a pescar hace una década y nadie lo reclamó, suele pasar. ¿Está erecto? por ahora no. Paso a su lado, haciendo como que no miro, como que soy una de las que salen a trotar en jogging o contemplo el estanque con la balsa o las hojas que flotan como remos».  P59.

Harwicz es consciente de ello, por eso en algunos momentos parece dejar de lado esa cámara e introducirse ella misma en la escena para demostrar que lo que ocurre es real. De corto aliento, esta novela podría servir como punto de partida para evaluar a una autora que conviene seguir no solo por su manera de narrar sino porque en ella se pueden observar rasgos de la condición humana en general; la codicia, la envidia, la desesperación y los celos. Y también, la ruptura de relaciones tradicionalmente pontificadas como el de la madre y los hijos. Conviene revisarla de cabo a rabo, sin remilgos de culpa, solo abandonándose a la seducción de sabernos como espectadores de un conflicto constante a través de las ventanas.

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