instantaneas

(RESEÑA)

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Empieza así:

Escribo una novela sobre el SAP. No, no el SAP que usan las empresas, a pesar de mi formación administrativa; aunque ahora que lo escribo pienso que no estaría mal escribir algo que tenga que ver con eso. Y no, tampoco se trata del Sap, el EP acústico de Alice In Chains del 1992, como bien podría decir cualquiera que se ufane de melómano intelectual. Mucho menos de ese SAP que conocimos en nuestras teles, el programa de segundo audio o second audio program, que cambia al idioma original si esta doblado a nuestro idioma.

 

 

Por:

Christian Solano

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Debo aclarar también, en nombre del amor, que no se trata de la Sociedad Argentina de Pediatría. No, mi amor.

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El SAP sobre el que escribo es el síndrome de alienación parental. O lo que sucede cuando los padres se divorcian y uno de ellos, generalmente la madre, a través de diversas maneras, se encarga de poner a hijo en contra del otro, destruyendo los vínculos con el mismo. Para hablar con propiedad, de cuando uno de los padres le lava la cabeza al hijo hasta que este desarrolla un odio patológico contra el otro, llegando incluso en casos extremos a denunciar falsos tocamientos indebidos o hasta violaciones. Ese es el SAP sobre el que escribo.

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Mi novela no es una novela del padre, mucho menos de la madre, pero leo muchas novelas sobre el tema. Trato de buscar, sobre todo, aquellas que hablen de divorcios. Mientras más esté presente el SAP en ellas mejor para mí. No quiero reivindicar al padre o a la madre. No quiero la redención del hijo. No. No quiero. Por eso la escribo.

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Uno de esos libros que cayó en mis manos fue «Camanchaca» de Diego Zúñiga. Pero a este chiquillo yo ya lo había leído en «Asamblea portátil: muestrario de narradores iberoamericanos», que publicó Casatomada en noviembre de 2009. Allí había un cuento inédito llamado «La chica de los árboles», muy Zambra, muy Murakami. De hecho, se alude a ellos en el cuento. De hecho, la novia de protagonista quiere que este escriba como ellos. De hecho, sin ellos no hay literatura entre ellos. De hecho, él escribe para parecerse a ellos. De hecho, cuando lo consigue ella lo deja. De hecho, sí. Sí.

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De hecho, «Camanchaca» no tiene nada que la emparente a ese cuento y fue publicada en Chile bajo el sello «La Calabaza del Diablo» en octubre también de 2009. Aunque yo la leí en la reedición de Penguin Random House de 2014, por recomendación de Gabriel Ruiz Ortega, cuando le pregunté por novelas que me ayudaran con mi proyecto.

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«Camanchaca» es una novela de poco más de cien páginas, donde cada capítulo ocupa una página. En rigor, bien podría llamarse micronovela puesto que hay incluso capítulos que no superan una línea como este: «Todo es mentira, me dijo mamá». La carga rotunda de cada breve capítulo nos marca. En sus páginas asistimos al dilema de un adolescente obeso que debe realizar un viaje con el padre, la nueva pareja de este y la bebe de ambos, para ver a un dentista conocido suyo en Tacna. El protagonista viene cargado de instrucciones de la madre orientadas a desestabilizar la endeble relación que tiene con el padre. A la par hay una tensa relación con la madre, con la que vive en Santiago. Hay escenas con tintes incestuosos. Asistimos a una relación en diversos estados. A veces tierna, tirante, cálida, fría, amarga, distante, alocada, divertida. «Camanchaca» es una novela donde la figura del hijo resulta fortalecida. Donde las relaciones familiares están expuestas sin miramientos, sin soslayos. Donde los recuerdos pueden servir para muchas cosas menos para sanar. Donde a todos nos toca, directa o indirectamente, hacernos cargo de alguna parte. «Camanchaca» es ese espejo donde nos incomoda mirarnos porque nos muestra lo peor de nosotros.

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Me sirvió. Mucho. Por encima del mero gusto estético, además, hubo una empatía obvia. La comenté con amigos. La recomendé. Acaso eso generó expectativa.

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Durante una temporada en Santiago conseguí «Racimo», la segunda novela de Zúñiga publicada el 2014, una vez más por Penguin Random House. Pude ver a Diego en uno de los stands de la «Primavera del libro», una feria que reúne a más de ciento treinta editoriales independientes de Chile. Él dirige Montacerdos Editores, sello chileno que apuesta por jóvenes autores latinoamericanos. Su última publicación es «Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre» de Sergio Galarza. En aquel breve encuentro le hablé de mi lectura de «Camanchaca». Y sí, hubo autógrafo. Sí, hubo foto. Sí, le dije que la había recomendado mucho. Sí. Sí. Sí.

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Leo «Racimo» queriendo encontrar al Zúñiga que me gustó en «Camanchaca» y me desencanto. Entiendo que no es nada fácil ficcionar la realidad. «Tomar los hechos con ambas manos», como dice una canción de Lucybell.

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«Racimo» aborda un tema espinoso: los crímenes sucesivos de mujeres, incluso niñas, cometidos entre 1998 y 2001 en la zona de Alto Hospicio, al norte de Chile en la provincia de Iquique. Crímenes que en la novela acontecen entre 1994 y 1999. A la par nos presenta a Torres Leiva, un mediocre fotógrafo divorciado que carga una endeble relación con su hijo que vive en Santiago con su ex-esposa. Torres Leiva es un fotógrafo abúlico, sin interés por resolver ninguna historia, que llega a Iquique nada más que a cubrir por encargo el caso de una virgen que llora, hecho por demás simbólico pero que es desaprovechado. También está García, el periodista evangélico que será su compañero en la sede local del diario, con avidez de verdad, con aspiraciones de escritor. Por otro lado está Ana, policía de investigaciones, que es madre soltera, que sí tiene nombre propio y que tiene un affaire con Torres Leiva. Finalmente, en medio de todos se cuela la presencia de Ximena, la niña sobreviviente de Alto Hospicio, que Torres Leiva y García encontraron al lado de la carretera y que permanece en coma, pero interviniendo en la historia, en la resolución, en ellos.

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Torres Leiva investiga sin querer involucrarse del todo en un primer momento, aquel hallazgo de Ximena, pero es García quien se obsesiona tanto con la historia que producto de ese afán publica un libro con algo de resonancia. Sin embargo, su verdad se ve amenazada cuando en el capítulo IV se nos dice solo esto: «Todo eso es mentira, dijo ella». Un capítulo de una línea. Un guiño a «Camanchaca». Que nos inserta un punto de vista más, el de Camila, la única que al parecer sabe la verdad, la que desconocemos y que desestabiliza todo el trabajo de García.

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Este libro no es un policial, a pesar de que así se nos presenta en diversos momentos, tampoco es un thriller, es más bien un amplio fresco de la sociedad chilena de los noventas. Está muy presente, como en la mayoría de la literatura contemporánea en Chile, el tema post dictadura cuyas secuelas afloran en un clasismo evidente y en el temor al rezago de las prácticas de la dictadura. Zúñiga parece regodearse con situaciones que a otros les resultarían incomodas de abordar.

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No es solo la investigación de un crimen. En «Racimo» hay mucho más.

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Hay madres solteras. Hay testigos de Jehová. Hay padres divorciados. Hay hijos viviendo con nuevas parejas de la madre. Hay problemas de comunicación entre hijos y padres. Hay relaciones de poder.

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De hecho, los momentos más álgidos del libro para mí, podrían pasar desapercibidos para cualquiera. No porque sea yo un lector más atento, sino porque quizá estoy más condicionado. Sugestionado, quizá. Fracturado. Son aquellos pocos momentos en que Torres Leiva recuerda a su padre o la tensa relación entre sus padres los que hacen que «Racimo» gane una lectura distinta.

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Así:

«Piensa en cómo hubiera sido sacarle fotos a ella ahí, tirada a un lado de la carretera. Esa imagen se repite y se va a repetir por mucho tiempo en su cabeza. No la compartirá con nadie. Estará guardada en ese lugar donde Torres Leiva acumula imágenes que ve y que piensa que algún día podrá fotografiar. Imágenes que en un momento lo hacen dudar de si realmente las vio. Recuerda una, sobre todo: su madre y su padre, una playa, el sol que empezaba a esconderse, ellos en la orilla. Una playa sin nombre en un lugar sin nombre. Solo ellos tres, un quitasol, un bolso, las toallas, una pelota de fútbol, el mar tranquilo como una piscina, eso pensó él: una piscina enorme para ellos tres. No sabe qué edad tenía, pero piensa que era un niño por sus padres, porque estaban ahí, en la orilla, juntos entrando al mar. Ahora piensa que la luz era perfecta, que si hubiese tomado esa foto, la imagen tendría la luz precisa, media anaranjada, como de otra época: ellos jóvenes entrando al mar. Primero caminan hasta que el agua les llega más arriba de la cintura; entonces deben nadar. Él se queda en la orilla. Los observa. El sol se esconde. Sus padres vuelven cuando el cielo está profundamente rojo, minutos antes de volverse azul y luego negro.

  No existe esa foto. Tampoco sabe si existió alguna vez esa tarde y esa playa, pero todo está guardado intacto».

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Leo «Racimo» para darme cuenta de que hay un autor distinto, más maduro. Zúñiga arrastra de manera acertada el estilo de frases cortas y directas de su novela debut. Los paisajes desérticos y desolados están muy bien retratados, el autor conoce Iquique, no es el protagonista que llegó de Santiago. De su mano, o de la de los policías y un diputado oportunista, llegamos otra vez hasta Tacna, paisaje transitado en la primera novela.

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«Racimo» es una novela construida con instantáneas. Con escenas como fotografías que se van desperdigando a medida que avanzamos en la lectura. Así como se deprenden las bombas de racimo de su capsula proyectil, las mismas bombas de racimo que se fabrican en el desierto de Alto Hospicio, bombas de racimo fabricadas por los obreros que a su vez son los padres y los esposos de esas víctimas desaparecidas.

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«Racimo» de Diego Zúñiga es una novela con una buena historia por contar, una novela que tiene falencias pero que precisamente gana en donde nadie apuesta por ella. No pretende quedarse solo en la historia superficial, gana en la construcción de personajes, en la contundencia de las imágenes. No esconde, deja todo sobre la mesa y espera que te incomode. En eso gana y mucho.

 

Zúñiga, Diego. «Racimo». Santiago de Chile: Literatura Random House, 2014.

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