constanza

 

Autora: Constanza Gutiérrez
Editorial: La pollera, 2014

(RESEÑA) «En “Incompetentes” se narra la historia de un grupo de estudiantes chilenos que han decidido tomar la escuela y quedarse a vivir ahí. Alejados de sus hogares, estos chicos no tienen una explicación clara o lógica sobre el porqué de esta decisión. Simplemente están allí, encerrados por decisión propia».

Por:
Sebastián Uribe Díaz
Hace ya algunos años, tuve la oportunidad de ver “Ratatouille”. Una película del tándem Disney/Pixar que debe estar entre lo mejor que se ha hecho en los últimos años en el campo del sétimo arte. Y si bien hay muchas cosas bellas de esa película para destacar, existe una que me impresionó de forma particular: la autocrítica del crítico de cocina.

 

El trabajo del crítico es sencillo en más de un sentido. Arriesgamos muy poco, y sin embargo usufructuamos de una posición situada por encima de quienes someten su trabajo y su persona a nuestro juicio. Prosperamos gracias a nuestras críticas negativas, que resultan divertidas cuando se las escribe y cuando se las lee. (…) Sin embargo,a veces el crítico realmente arriesga algo, y eso sucede en nombre y en defensa de algo nuevo.

 

Esas palabras fueron las que recordé al momento de lanzarme a escribir una reseña sobre “Incompetentes”

 

El mundillo literario es súper cómico. A pesar de estar conformado por un número ínfimo de personas (si lo analizamos a nivel de porcentaje respecto a la población de sus países originarios) es uno de los mundos artísticos donde se dan más pullas y combates. Una batalla de egos constante, donde la mayoría (no todos) siempre está tratando de destacar sobre los otros, cueste lo que cueste. En mi caso, creo que de esa forma no se logra nada. Al final lo que quedan son los libros. Los buenos libros.

 

Y es en esas batallas de egos, donde muchos tratan de impedir que se dé luz a las nuevas generaciones de escritores. Generaciones donde existan talentos que puedan opacar a aquellos que no lo han hecho a pesar de las oportunidades brindadas. Llegan al punto de exigir obras maestras al nivel de Quijote, cuando lo que han escrito ellos no alcanza más que el nivel de la parodia de una parodia. Pero creo que se está cambiando poco a poco. El mismo Roberto Bolaño no tuvo reparos al momento de defender a los contemporáneos en los que creía ver un talento innegable (para contrastar los dardos venenosos que también lanzaba).

 

Y en esta ocasión (disculpen esta larga introducción) quiero saludar la aparición del libro de una chica de mi generación. Digo mi generación, porque a pesar que es dos años mayor que yo y su origen chileno (donde pienso que se está escribiendo lo mejor de la narrativa latinoamericana actual), siento que los problemas que aborda en su texto pertenecen a una realidad más amplia que la circunscrita a Santiago de Chile. Tanto allá como acá, nuestras sociedades andan igual de jodidas. Y qué mejor plataforma para representar eso que el microcosmos de nuestra etapa estudiantil.

 

Dividida en 55 capítulos y una extensión que no supera las 70 páginas, este relato largo o novela no se ampara en “recursos metaliterarios” que no sirven de nada, como muchos hacen en la actualidad. Tampoco rellena el texto de historias que suenan impostadas y agregadas sólo para extender el número de páginas. “Incompetentes” es la decisión de una joven escritora de escribir una historia con un lenguaje directo y contundente. Algo que parece tan simple, pero que es difícil de hallar entre tanta tentativa de demostrar “genialidad e inteligencia” pero no de contar algo.

 

En “Incompetentes” se narra la historia de un grupo de estudiantes chilenos que han decidido tomar la escuela y quedarse a vivir ahí. Alejados de sus hogares, estos chicos no tienen una explicación clara o lógica sobre el porqué de esta decisión. Simplemente están allí, encerrados por decisión propia. Y no es un grupo cualquiera. Es la crema y nata de los perdedores y marginados de su sociedad: los expulsados. Con el transcurrir de las páginas, vamos descubriendo poco a poco las historias de cada uno de ellos. Historias donde podemos reconocer a ciertos personajes de nuestra juventud, o incluso a nosotros mismos: los chicos punk, los nerds, las populares, el ricachón, el alien, el fanático de la lectura, etc. Personajes heterogéneos en la superficie, pero homogéneos en un aspecto: el desamparo en el que se encuentran.

 

Hace tiempo que ninguna mamá viene a dejarnos comida. Algo tan inverosímil como el abandono total, es una figura poderosa para demostrar el nivel de desamparo en el que se encuentran estos muchachos. Son como insectos a los que los demás rechazan. Y para ello buscan formas de afecto entre ellos. A través del sexo (imposible mantener a tantos chicos en un solo ambiente controlando sus impulsos hormonales), las peleas, los grupos que se forman, entre otras cosas que ya descubrirá el lector. Hay carencias que intentan cubrirse en cada momento. Incluso en la búsqueda de poder dentro de un grupo de marginales.

 

“Incompetentes” muestra además que pueden denunciarse muchas cuestiones de una sociedad sin que tenga que recurrirse a una descripción explícita de los hechos. Es mucho más impactante leer las referencias sutiles dentro de una microhistoria, que las noticias de un diario que al día siguiente será desechado. Es muchísimo más probable que una historia como esta se impregne en nuestra mente por varios días que la de un libro lleno de datos y números macabros.

 

Este libro es la demostración de que no está mal leer a nuestros contemporáneos. En ellos podemos percibir problemas que nos atañen. Por mi parte, espero leer lo nuevo que publique Constanza. Y que usted, que se ha tomado el tiempo de leer este texto, busque “Incompetentes”. No se arrepentirá.

 

+Aquí un fragmento del libro:

 

Al final, y por mucho que uno se queje, se abraza la miseria como se abraza cualquier cosa en la que hayamos sido criados: por la fuerza de la costumbre. Supongo que tiene que ver con el hábito, con conocer bien lo que se tiene (lo usual: mejor diablo conocido que por conocer) y gracias a eso, por miserable que sea, saber de memoria sus pasadizos y atajos.
 
Llevo años quejándome del jipismo de mi antiguo colegio: sus ridículas danzas, el falso relajo, la obligación de conversarlo todo y expresar nuestros sentimientos al final del día. Sara también aprovecha de quejarse, cada vez que puede, de las monjas del suyo. Comparamos y nos reímos, los igualamos y diferenciamos según el estado de ánimo, siempre haciendo lucir nuestro propio castigo como algo peor. Lo cierto es que, muy en el fondo, existe algún resabio de orgullo. Prefiero mi educación de izquierda a su educación de derecha, prefiero el orden relajado que su estricto pasado de uniforme impecable y rezos matutinos. Así como, por mucho que odie a sus padres, cualquier adolescente prefiere la suya a la mamá de todos sus amigos, nosotras preferimos nuestra propia historia, nuestra propia basura. De algo tiene que sentirse parte uno, supongo. Yo prefiero mi mierda a la de todos los demás.

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