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Título: Gaijin
Autor: Augusto Higa
Editorial: Animal de invierno, 2014

«Gaijin está plagada de obsesiones y resistencias. Incluso la estructura de la novela se construye a partir de esta premisa. Precisamente por eso, por una fórmula constante, sumado a un estilo preocupado por la elaboración poética de la prosa, se produce un ritmo narrativo equilibrado, que solo se destruye o extraña cuando Higa cierra un apartado con violencia».

Por:

Lenin Pantoja Torres (@leninpt18)

Mientras él, Sentei Nakandakari, permanecía imperturbable, ella, Santasa Ferrel, su suegra, sin romper la distancia que separaban sus cuerpos y sin quebrantar el ritmo de sus palabras en el bazar de Mesa Redonda que arrendaban, le dijo casi susurrando:

“En realidad, todo es un burdel” (p. 45).

Estas palabras son una confesión y, además, una aseveración, la confirmación de que todo lo que el hombre realice en vida está justificado. Lo único importante es buscar un fin, concretar un objetivo al margen del saldo que produzca. Gaijin (Animal de Invierno, 2014) de Augusto Higa no solo es una novela que relata la difícil posición de un extranjero japonés en tierras peruanas, sino la justificación de que una lógica maquiavélica no solo se produce por la decisión de un hombre, sino por la resistencia a la voluntad de una sociedad que limita, condena y ataca todo lo que perjudica a sus integrantes locales.

La última novela de Augusto Higa relata, en clave bíblica, la llegada de Sentei Nakandakari a Lima, su asentamiento y encumbramiento comercial hasta su perdición individual. Gaijin es una novela de madurez, que evidencia la sofisticación de un estilo arduamente trabajado. La historia se construye a partir de las duras palabras de la hija de Ryochi Onaga, una mujer resentida y enojada con todos los males y la perdición que trajo a la colonia japonesa los extraños y desmesurados métodos comerciales de Sentei. Esto torna a la novela de un hálito de enojo y de ataque producto de las invectivas a lo largo de sus sesenta y ocho páginas. La narradora suele alternar la primera y la tercera persona, pero hay instantes en que le habla directamente a alguien, lo cual subjetiva lo leído, le confiere tintes dialogales, con palabras que tratan de convencer a su interlocutor de todo el daño que trajo Nakandakari a sus compatriotas.

A pesar del tono contrariado de la narradora, ella no puede dejar de reconocer ciertas cualidades de Sentei. En ese sentido, la alternancia y la vacilación de la narración en primera y tercera persona permiten describir y valorar con cierta objetividad los movimientos y las reflexiones del protagonista. Si bien no estamos ante un narrador personaje, la tercera persona comprometida permite visualizar las reflexiones que Sentei realiza antes de decidir un movimiento, lo cual genera una novela de personaje construida bajo los filtros conflictivos de una narradora oscilante. En muchas ocasiones, la repetición puede ser un error técnico, pues evidencia una serie de ideas redundantes que debilitan la historia. Esto no sucede en Gaijin, pues la obsesión de la narradora por mostrar la inquebrantable personalidad del protagonista a pesar de todo lo que se dice y hace en su contra y a su alrededor no hace sino fortalecer la sólida actitud de Sentei hacia la vida. Nakandakari tiene una actitud de hierro alimentada por su odio hacia los perujin y la compasión o lástima hacia sus compatriotas.

El lenguaje construido a partir del uso de oraciones largas, con muchos adjetivos y múltiples frases subordinadas tiene un objetivo, la elección no es gratuita ni injustificada. Gaijin emplea un lenguaje funcional a la historia que relata. No podría concebirse este relato de una manera distinta, pues solo con descripciones conceptuales que construyen ideas se puede generar una historia basada en las complejas tribulaciones mentales de un hombre silencioso y neutral, condenado por la sociedad producto de sus métodos heterodoxos. Estas frases no solo son fuertes por el contenido, sino por la intensidad de las palabras. Una de las mayores actitudes que se debe celebrar de Higa es la de haber optado por el cambio, por una evolución en su literatura, por un nuevo momento evidenciado en libros como Okinawa existe y La iluminación de Katzuo Nakamatsu.

Pocos escritores tienen la osadía de cambiar de estilo cuando encuentran una voz. Precisamente, lo que no se debería olvidar es que toda búsqueda creativa debería estar felizmente condenada al fracaso, a no llegar a un fin que lo estanque. La consciencia de una búsqueda inacabable es la garantía de una literatura viva, que aún pueda sorprender, que todavía pueda impactar, que persista en cuestionarse a sí misma.

Gaijin está plagada de obsesiones y resistencias. Incluso la estructura de la novela se construye a partir de esta premisa. Precisamente por eso, por una fórmula constante, sumado a un estilo preocupado por la elaboración poética de la prosa, se produce un ritmo narrativo equilibrado, que solo se destruye o extraña cuando Higa cierra un apartado con violencia. Las palabras de Santasa Ferrel al inicio de este texto son una prueba de ello, pero también se puede citar el final del apartado cinco, donde se termina con una aseveración contundente:

“Levantemos un burdel” (p. 41).

Sin embargo, se le puede hacer un reproche a la novela, ya que no resulta muy verosímil que la narradora asume un lenguaje, por muchos momentos, muy culto cuando no hay una prueba de su cercanía con lo refinado. Por ejemplo, en La iluminación, es un compañero universitario del protagonista quien asume la responsabilidad el discurso, lo cual justifica la prosa. De todas formas, si bien Gaijin no supera a La iluminación de Katzuo Nakamatsu y no llega a ser la mejor novela de este año, se trata de una obra que hay que leer porque es la confirmación de un escritor maduro, dueño de todos sus recursos y prueba de que los cambios estéticos no deberían ser una extrañeza, sino una constancia en nuestra literatura.

 

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