borrego

 

 

(CUENTO) Tengo un pata de años, de la época de la universidad. Le decían ‘Borrego’ por la cabellera enrulada que llevaba en esa época grunge. Ahora ‘Borrego’ es profesor,  un estudioso de la vida y obra de Kurt Cobain y cada vez que lo veo hemos hablado con entusiasmo de rock de los noventas, de guitarras. Un apasionado de la música que luego me contó que conoció a su padre a pocos años de morir.

Su papá había sido un compositor de folclore peruano, que se hizo conocido cuando el “Cholo” Toledo usó una de sus canciones como tema de campaña para la presidencia. Amor, amor… ese huayno desgarrado que lo llevó a Palacio era de su viejo, a quien conoció luego que se enterara que el señor con quien había convivido toda la vida no lo era.

Ese descubrimiento fue para ‘Borrego’  un episodio que lo arrinconó en una serie de dudas existenciales. Le pregunté que si cuando su verdadero viejo murió tuvo acceso a alguna herencia: me dijo que jamás lo pidió, que su viejo tenía familia, hijos y que nunca pensó en entrar en esa pugna.  Pero valoraba mucho la experiencia que tuvo de estar con él, aunque haya sido en el ocaso de su existencia. Recibió de su padre un valor mental que lo liberó de sus laberintos, lo dejó tranquilo y listo para emprender su propio camino.

 

‘Borrego’ me hizo recordar a otro causa mío, ‘Pesadilla’, que vive en Londres y viene cada año a Sudamérica de vacaciones. Antes de irse del país, trabajábamos en un periódico cultural, “Urbania”, y entre largas charlas achinadas por el humo, me contó que tenía la certeza que su padre era su padrino, un tío de Huacho a quien veía en reuniones familiares y era dueño de un ego colosal, centro de atención de la camaradería y el brindis.

Y cuando ‘Pesadilla’ se enteró que su viejo en realidad era su padrino, su mamá le habló en privado y le dijo cosas que hubiese preferido no saber. Por eso, cuando nos enteramos que “Urbania” tenía unos pocos meses de vida, ‘Pesadilla’ movió sus papeles. Consiguió irse a Inglaterra y emprender su travesía lejos de esa angustia. Volcó sus días dedicados a los conciertos de rock, a los grandes festivales y a conocer cada vez más allá del sol.

El año pasado volvió. Hicimos un tour prostibular. Se topó con una colombiana en el mítico y sereno local del chino Shimabukuro, en el límite de Cercado con Callao. Apenas vio a la pereirana, la besó en la boca y le pagó doble turno, apagó el foquito de su cuarto y no lo volví a ver hasta que publicó un selfie en el ‘Face’, desde Londres nuevamente, señal que había vuelto vivo.

 

A mí más bien la pereirana me puso en la historia de mi amigo, el colega Ariel de Bogotá, un rolo con dotes de ángel guardián y demonio, amigo de la vida y las botellas. Así que te vas detrás de una puta perra de Pereira, fue lo que me dijo cuando le argumenté mi presencia en su departamento por unos días, el porqué de mi destino chongueril.

Porque fue ahí, a Pereira, donde Ariel fue a recibir las condolencias de todas las chicas que su viejo había encandilado. Y todas reconocieron en mi amigo al que era hijo de un verdadero hombre de la noche. Un selecto parroquiano amigo de todas las bellezas que lo rodeaban cada vez que iba de visita. Pero en Latinoamérica la gente jamás olvida lo malo. Y lo malo se mantuvo latente hasta que lo encontraron en el bar “El Pavo”. Al viejo de Ariel le dieron una paliza y murió tras unos días de agonía. No le robaron nada pese a su apariencia inglesa, donde se había asilado tres décadas atrás.

Mi hermano colega se echó al alcohol y yo fui su fiel amigo de bares. Me contó que jamás pudo superar esa pérdida, y a la vez jamás ha podido olvidar la noche más dura de su vida, en que tuvo que velar a su padre y luego tuvo que tirarse a catorce damas sumido en la mayor tristeza seminal.

 

Menos mal, gracias a Dios, mi padre sigue vivo mientras escribo esto, y luego de cuatro décadas de molestarlo, debo reconocer que  ha financiado mis mayores logros y también mis mayores cagadas.

Cuando pasaba la tarde en el malecón de Miraflores, en el “Casino Club”, con ya varios guisquis, solía conversarle al pianista del bar. Y le confesaba el dolor que le producía mi inquietud por la guitarra. No quería que fuera músico, ni mucho menos escritor. Y cuando tuve mayoría de edad financió mi primera visita al night club, y la segunda también. Así que cuando muera tendré que cumplir en el nombre de mi padre con todas sus obligaciones como varón.

Pero cuando mi amigo ‘Loco Tubo’, un deportista profesional, campeón internacional y profesor de surfing en la playa, me contó que su viejo fue quien lo motivó a estudiar en la universidad. Se dio cuenta que no todo era feeling en el mar. También había que formar escuela y para eso se necesitaba preparación superior. Le ‘cagó’ el cerebro su viejo. Algo de sabio habrá tenido el fallecido congresista, alguien astuto en la política, luego de sobreponerse al ridículo mediático que le significó haber juramentado como Congresista de la República: «Por Dios y por la plat… Perdón, por la Patria».

También fue astuto cuando Lúcar difundió la denuncia de paternidad que tenía el finado. En la televisión aparecieron fotos del supuesto hijo no reconocido del congresista. Y al día siguiente, en la playa Punta Roquitas, los tablistas, entre los que se encontraba mi pata ‘Loco Tubo’, se vieron invadidos por periodistas que apuntaban con sus armas letales. Toda la playa estaba rodeada por prensa, por transmisiones en vivo y flashes a distancia. Hasta que llegó el congresista rodeado de sus guardaespaldas y se le acercó a ‘Loco Tubo’, que no sabía exactamente qué estaba pasando, y le dijo: ‘Hijo mío’.

‘Loco Tubo’, que aún no había sido informado por su viejita sobre su real origen, ya que la prensa aplicó su carácter de inmediatez frente al trauma familiar adolescente, vio que el congresista era muy parecido a él, que tenía un gesto pendejo en su sonrisa e incluso el mismo lunar en la nariz, tipo verruga. Entonces se dejó llevar por la emoción y por las cámaras de televisión, así que se mandó: «¡Papá!».

A partir de ahí, hubo una relación fraternal, de mucha camaradería. Todo el poder del congresista fue otorgado a su nuevo hijo, quien aprovechó la circunstancia para viajar por el mundo, conocer todas las playas del planeta, estudiar en la universidad y fundar su escuela de formación deportiva.

El congresista murió dos años después, ‘Loco Tubo’ no hizo ninguna acción por pedir una herencia familiar. Pero recién ahí entendió de dónde provenía esa sonrisa pendeja.

La otra vez que ‘Loco Tubo’ me contó lo de su viejo, mientras planeamos su candidatura a la alcaldía de Punta Hermosa, le propuse usar el slogan: “Por Dios, y por la tabla…”, en homenaje a su viejo. Y no lo descartó usarlo, quién sabe y sea el inicio de su carrera política.

 

Sobre el autor:

Juan José Sandoval Zapata es autor de Barrunto, cuento considerado un símbolo de la literatura peruana que próximamente saldrá en versión comic. Actualmente es editor de la revista Dosis Cultura Alternativa, conduce un programa en Radio Sargento Pimienta y lidera la banda Los Viejitos de Barrón.

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