(RESEÑA) Así como hay tradiciones veraniegas o navideñas, hay tradiciones lectoras. Una de ellas en mi caso es todos los años, al menos desde 2009, leer a Murakami. Como dice Fresán, es adictivo y tiene algo de hipnótico y opiáceo. Y además es muy popular e inevitablemente publicará (o le traducirán) algo, así que no es muy complicado cumplir con la costumbre. 

Por:

Sergio Tamayo

En 2016 le tocó a El elefante desaparece, su más reciente obra en ser traducida, aunque sus relatos fueron originalmente publicadas entre los ochenta y noventa. Leer los cuentos de alguien que recordamos o apreciamos más por sus novelas suele generarme una especie de prejuicio. Si bien existen muchos casos de autores que dominan diversas manifestaciones de la narrativa, como Saramago o García Márquez, al que podría agregársele también Bolaño, esto no siempre tiene que suceder.

Una maravillosa muestra del talento narrativo de Murakami que nos abre las puertas a otras realidades y nos lleva de la mano a mundos fantásticos. (PL)

Borges fue muy inteligente (o solo quiso darle algo de ventaja al resto) al no escribir una novela y limitarse al relato breve. Rosa Montero o Graham Greene escribieron novelas que tengo entre mis favoritas, pero sus cuentos son más bien pálidos reflejos de su talento.

En resumen, no necesariamente un buen novelista escribe buenos cuentos y viceversa. Un ejemplo de lo primero es Vargas Llosa y, de lo segundo, Ribeyro, si nos limitamos al caso peruano.

Creo que este innecesario disclaimer es compartido de alguna forma por Murakami, que en el prólogo de Sauce ciego, mujer dormida cuenta las diferencias en su proceso personal de elaboración de un cuento o una novela. El japonés, en otros libros de cuentos que le he leído, afronta este tránsito entre géneros incluyendo un relato que es una versión embrionaria de una de sus novelas: en Hombres sin mujeres está «Yesterday» y en Sauce ciego, mujer dormida está «La luciérnaga», ambas Tokio Blues en versión reducida.

Esta vez el libro empieza con «El pájaro que da cuerda y las mujeres del martes», historia minimizada de ya se imaginan qué novela (Crónica del pájaro que da cuerda al mundo).

Hay algunos cuentos que podríamos denominar «de lo insólito»: «Nuevo ataque a la panadería», «Quemar graneros» o «Lederhosen». Un poco a lo Cortázar, en el sentido de personas comunes que se han acostumbrado a qué les pasen cosas modestamente excepcionales (cfr. Capítulo 1 de Rayuela).

En resumen, no necesariamente un buen novelista escribe buenos cuentos y viceversa. Un ejemplo de lo primero es Vargas Llosa y, de lo segundo, Ribeyro, si nos limitamos al caso peruano.

Aunque con algunas diferencias. En Cortázar, son actos involuntarios o incontrolables como vomitar conejitos, enfrentar una casa tomada o morir por probarse una chompa. En Murakami son obsesiones muy personales y algo sicóticas como quemar graneros, atacar panaderías o divorciarse por unos pantalones.

Y otra diferencia es el lenguaje tan propio y rico del argentino, en oposición a la prosa tan sencilla y hasta repetitiva del oriental (o de la traducción). Al menos podemos decir que ambos coinciden en su amor por los gatos y el jazz.

También hay cuentos que podríamos llamar más realistas, o al menos más realistas que un elefante encadenado desaparezca, como «Un barco lento a China», «El último césped» o «Asuntos de familia» donde el protagonista conoce a sus suegros y cuñados, vive con su hermana y es bastante sociable y desordenado, Un personaje poco común en las obras del japonés, plagada de tímidos y solitarios.

Hay relatos epistolares como «El comunicado del canguro» o «Una ventana». E incluso creepys: «El enanito bailarín» o «La gente de la TV» donde la caja boba cumple una función medio fumada similar a la que desempeña en otra novela murakamiana: After Dark.

En «Nuevo ataque a la panadería» hace mención a los Baños del Inca. No es la primera vez que Haruki se refiere a los antiguos peruanos. En el capítulo 15 de El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas también lo hace cuando escribe: “Cerré los ojos, lancé un suspiro tan profundo como un pozo inca y volví a enfrascarme en la lectura de Rojo y Negro”.

El cuento que más me gustó es «Sobre el encuentro con una chica cien por cien perfecta en una soleada mañana del mes de abril». Texto hermoso que es una historia dentro de otra. Como para conmover al más duro, sin ser cursi. Tan romántico que hasta podría servir para conquistar a una chica (no en vano, en The game – paso 10, capítulo 5, Neil Strauss a.k.a. Style la considera la mejor historia de amor jamás escrita).

Quizás este puede ser un buen libro para conocer a Murakami. Es sencillo, variado, tiene de todo un poco. Tal vez no debemos complicarnos tanto con las lecturas. Después de todo, como dice en «Una ventana», «Al fin y al cabo la escritura no es más que una improvisación«.

 

 

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