– Buche, ¿no sientes frío?
– No.
– Yo sí, hombre
– ¿No será de miedo?
– ¡De miedo!… ¿Crees que soy maricón?
– Eso lo veremos más de un ratito.
– Ya verás.

Por:

Antonio Gálvez Ronceros
– ¡Mira! Se han sentado a la mesa. Van empezar a comer. Entonces, deben ser como las ocho.
– Más o menos. Pásame un cigarro, ¿quieres?
– ¿Estás loco? Nos pueden ver.
– ¿Aquí, detrás de estas plantas?
– ¡Claro, pues, tonto! ¿No sabes que de noche se ve bien clarita la luz?
– ¡Ah, bueno! Como quieras. ¡Caramba, esa gente todavía no termina de comer! No me gusta esperar. ¿A qué hora se tumbarán a dormir?
– No te alborotes porque ya no tardarán en hacerlo. La gente de la chacra se acuesta temprano. A éstos los he venido observando desde hace dos semanas y ya sé todos sus movimientos. Hasta lo que comen.
– Oye ¿no sientes un freicito por acá abajo?
– Debe ser la arena de la acequia, que de noche se pone fría.
– Creo que no. ¡Caray! ¡Está pasando agua! ¡Ya me mojé los fundillos!
– ¡Yo también!
– Alguno que está regando su chacra. Estas gentes no quieren regar de día, tienen que hacerlo de noche. Parecen lechuzas.
– No importa. Esto me servirá para templar el pellejo.
– A ti, que te tienes que calatear. Pero a mí me servirá para agarrar una pulmonía.
– ¡Mira! Se han levantado de la mesa. Al fin parece que se van a dormir.
– Ya era hora. Sólo hay que esperar un momentito para que se duerman del todo; luego la cosa estará lista porque éstos duermen como piedras. La cocina se ha quedado solita. Entonces, llegó el momento.
– ¿Qué? ¿Te arrepientes? ¡Eres una gallina!
– ¡Gallina! ¡Si ahorita nomás se han echado a dormir y ya quieres que vaya!
– ¡No discutas, Poronga, yo sé lo que te digo! ¿Crees que por puro gusto he pasado dos semanas rondando la casa? Si yo te digo que duermen como piedras es porque es así.
– Bueno, como quieras.
– Aquí van las últimas recomendaciones. Vas a trabajar con luz; ahí la ves en la cocina; ellos acostumbran dejarla encendida toda la noche. Así que de oscuridad no te quejarás. Anda quitándote la ropa y fíjate bien lo que te voy a decir…
– ¿Y tú por qué estás acá? Mala suerte, seguro.
– ¡Cuál mala suerte! ¡Ah, pero me las pagará!
– ¿Quién?
– Uno que le dicen Buche. ¿Lo conoces?
– ¿Te vendió?
– Peor que eso. Me agarró de tonto.
– ¿Y cómo te fregó el tal Buche?
– Resulta que un día se presentó en mi casa y me dijo: “Oye, Porongo, he andado buscándote por todas partes. ¿Sabes? Tengo un trabajito que puede dar mucha plata. Sólo que necesito a alguien que me ayude en el asunto, y por eso he pensado en ti, porque eres mi amigo y estás caído”. Y la verdad que yo andaba por esos días muy caído – me dijo- es robarse un cochino así de grandazo que he visto en una casa de la chacra. Muchos días he pasado mirando aquí, mirando allá, buscando la mejor manera de robarlo. Si lo vieras, Porongo… ¡parece una vaca enorme! Por lo menos nos van a dar mil soles cuando lo vendamos; quinientos para ti y quinientos para mí. El trabajito lo haría yo solo; pero, afanoso de saber todos los movimientos de la casa, he pasado muchas noches al aire y ya me traigo un resfrió que me hiela. Y para hacer el robo uno tiene que calatearse”. Y yo le dije que no entendía eso de calatearse y él me aclaró: “Como ahí hay perros, siempre es bueno andarse con cuidado. Y yo tengo el secreto para que de noche los perros no lo muerdan a uno. Consiste en quitarse la ropa y meterse a robar así. Entonces uno puede pasearse juntito a los perros y ellos no lo ven nadita. Ése va a ser tu trabajo, en vista de que yo, con mi resfrió, me arrimaría tal pulmonía que me iría derechito al cementerio. Pero no creas que la cosa es brava; en dos patadas todo está listo”.
Me pareció un poco raro el asunto, pero pensé que debía ser cierto porque a ese Buche nunca le fallaba nada. Sin embargo, yo debía asegurarme, así que le dije: “A mí me han dicho que eso de robar cochinos es muy peligroso porque son muy pesados y a veces se les da por gritar”. Pero el Buche ahí mismo me emparó: “¡Al Buche no se le escapa nada! Tengo el secreto para robar cochinos sin que hagan bulla. Le rascas la barriga con una coronta y se queda tranquilito. Enseguida lo jalas de su soga para llevártelo. Ya lo he comprobado y no nos puede fallar”. La verdad es que le tuve confianza y me animé más todavía… y es así como esa noche nos vamos los dos, como las ocho, a dar el golpe. Nos escondemos detrás de los matorrales y aguardamos a que los dueños se vayan a dormir. Llega la hora y el Buche me pone al tanto: que aquí está el chiquero, que allá duermen los perros, que vas a trabajar con esa luz que ves en la cocina, que no tengas miedo porque ésos duermen como piedras.
Yo me quito la ropa y todo calato, sintiendo un frío trepador, me mando a la casa. Mirando a los perros, que duermen, paso junto a ellos y llego al chiquero. Siento que el viento se cuela hasta mis huesos.
Temblando de frío y llevando una coronta en la mano agarro al cochino. Éste lanza un gruñido que me asusta. Ahí mismo comienzo a rascarle las costillas y el animal se echa. Veo entonces que va dando resultado el secreto del Buche y me entra más valor. Pero al rato, el animal manda tremendo grito que espanta toda la chacra. Falta un tantito así para descontrolarme, pero me preocupo por hacerlo callar. El cochino, sin embargo, sólo quiere gritar. A todo esto se despiertan los perros, y los dueños se aparecen con tremendos palos en la mano. Pensando sólo en salvar mi pellejo, salgo corriendo del chiquero. Pero al viento maldito se le ocurre apagar la lamparita justo en ese momento y todo queda negro. Comienzo a llamar al Buche, pero nada. Descontrolado, sigo corriendo, mientras los dueños se me acercan cada vez más. Los perros parece que también me ven y se me tiran encima. Le sigo dando a mis patas para adelante nomás, cuando llega un momento en que siento que la tierra se acaba, se va, desaparece… y me voy de cabeza a una poza de agua. Ahí mismo me caen los perros. Los dueños ya están aquí. Y creyéndome seguramente el diablo, o un penitente, me descargan una paliza… Y aquí me tienes, pues. Porque, esa misma noche, me trajeron a la comisaría cubierto con un costal.
– ¿Y no has vuelto a saber del Buche?
– Ese desgraciado, aprovechando que la casa se quedó solita, porque hasta los perros se vinieron a la comisaría, tranquilamente se llevó el cochino.

2 comentarios para “El buche- Antonio Gálvez Ronceros

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