Título: Infiernos mínimos
Autor: Jorge Valenzuela
Editorial: Campoletrado, 2014

La atracción natural por los dramas personales, las historias privadas y las tragedias inconclusas son las principales características de Infiernos mínimos (Campo Letrado, 2014), el último libro de cuentos de Jorge Valenzuela (Lima, 1962). Este conjunto de relatos se inmiscuye por las vidas ocultas, los aspectos más sórdidos y los detalles más relevantes en las individualidades, a simple vista, insignificantes por su singularidad y cotidianidad.

 

Por:

Lenin Pantoja Torres

Sin embargo, precisamente por esta inclinación a lo particular y cotidiano, a los dramas más comunes en las personas, es que este libro pretende poseer una dimensión universal, pues, finalmente, son las historias dentro del hogar o en torno a él las que dramatizan la condición humana. Además, es muy positiva la inclinación de Valenzuela por trabajar la anécdota, por preocuparse en la historia que está narrando, un aspecto que muchos narradores han dejado de lado por centrarse en otros elementos, sin dejar de ser importantes, con menor relevancia. Por otra parte, la propensión por trabajar con el dato escondido, a veces, le ha jugado una mala pasada en algunos relatos donde hay una sensación de insatisfacción final para el lector, pero, en otras ocasiones, este recurso ha colmado de tensión y expectativa narrativa el cierre de las historias.

Infiernos mínimos contiene seis cuentos cuya calidad es desigual, pero nunca llegan a ser relatos fallidos. Hay muy buenos resultados, como “Juntos”, cuyo eje es la sensación de insatisfacción sentimental y emocional de una pareja por su matrimonio monótono, y “La corbata”, donde el misterio de una relación extraña, a los ojos del narrador, resulta siniestra y amenazante, aunque, a la vez, atractiva y envidiable. Precisamente, cuando Valenzuela trabaja historias donde el enfoque se centra en las relaciones de pareja es que se siente una mayor comodidad creativa, hay una sensación de dominio de la trama, una especie de honestidad de quien sabe, conoce y maneja lo que está narrando. La narración en primera persona es un aspecto que redondea el resultado de estos cuentos. En otros momentos, en relatos como “El reencuentro” y “Perros”, cuando desarrolla historias cuya focalización es lejana, justificadas por el conocimiento del narrador en tercera persona, las historias no dejan de ser atractivas, pues enganchan al lector desde el inicio, lo sumen en plena tensión narrativa, pero los finales son bruscos, súbitos o exageradamente repentinos.

Los resultados, al cierre de cada cuento, son variados. En ese sentido, hay que reconocer que las sensaciones pueden ser diversas o distintas en cada una de las lecturas que hagamos de los cuentos. En algunos casos, los finales tienen la brusquedad ya mencionada, pero, en otros, el misterio colma de incertidumbre al lector, lo cual lo puede llevar a volver a leer un cuento, no para ubicar algún dato dejado de lado, al modo policial, que le dé un sentido distinto a la narración, sino para reparar en algún detalle banal que termine por dar mayor consistencia al proceso o desenvolvimiento de la historia. Quizá la expectativa es más cómoda de ser trabajada en relatos policiales por la naturaleza del género, pero Valenzuela logra una sensación similar, pero distinta, en relatos como “El beso” y “La corbata”. Se maneja bien el suspenso en las historias, lo cual se intensifica con los finales. Al cierre, el lector es incitado a la reflexión, ya que queda descolocado por el rumbo que toman, asumen o eligen transitar los relatos.

En un narrador, cuando se resalta el buen uso del lenguaje, por un lado, o la calidad de las historias que desarrolla, por otro, generalmente, el resultado positivo de un aspecto va en desmedro del otro. La idea es que haya funcionalidad entre sí, pero a partir de que las necesidades argumentativas de una historia concreta exijan un empleo particular del lenguaje. No creo que la regla funcione en sentido contrario. En los relatos de Valenzuela, el uso de sustantivos y adjetivos dentro de las oraciones está en función de lograr un ritmo lingüístico en sintonía y armonía con un ritmo narrativo adecuado para la historia. Mientras uno lee los cuentos, se deja llevar por la fluidez, siente que todo se desenvuelve con naturalidad, nunca se encuentra con baches u obstáculos que dificulten la lectura. La mejor forma de comprobar que un lenguaje fluye es no reparando en él, en que sea invisible, que nos permita adentrarnos con suma facilidad en la historia. Obviamente, no se trata de una prosa light o ligera, sino de un uso sencillo y simple, a veces minimalista, y siempre funcional e imprescindible para los objetivos estructurales de los relatos: “Estoy solo, como en los últimos días, lejos de quienes alguna vez me protegieron, atento a cualquier movimiento, alerta ante algún auto imprevisto, temeroso de alguna sombra veloz” (p. 31). La funcionalidad también se comprueba con algunas frases que utiliza Valenzuela para cerrar apartados, párrafos o cuentos completos: “… los hombres que tienen una bella mujer a su lado no necesitan decir mucho” (p. 79).

Los personajes de Infiernos mínimos están marcados por un anhelo de libertad, por una búsqueda constante de escapar de la rutina que los tiene atrapados, quieren encontrar la libertad en el cambio, a pesar de que este no sea una garantía de mejora. “Es exagerado, lo entiendo, y además difícil de imaginar, pero ese era mi caso: al fin me sentía libre” (p. 73), dice el protagonista de “La corbata” luego de perder su trabajo y de arrancarse su corbata, casi como si se liberara de una gruesa soga que sirve para ahorcar a alguien. En “Juntos”, María José, la esposa del narrador protagonista, se inventa una historia para presentarse frente a las nuevas amistades que la salvarán de la monotonía y el aburrimiento de su matrimonio (p. 51). Resulta atractiva la atención de Valenzuela frente a los personajes femeninos, pues generalmente son ellas las que sufren y son los hombres los que observan y opinan, como narrador o como personajes, frente a esas tragedias íntimas y cercanas. No existe ningún reparo en la construcción de los personajes, pues gozan de mucha verosimilitud, se comportan de acuerdo al papel que desempeñan en los cuentos. Hay actuaciones desconcertantes, que descolocan al lector, como lo que hace la hermana del protagonista en el final de “El beso”, pero, a pesar de esta inclinación por los finales abiertos y sorpresivos, nunca hay un movimiento gratuito o injustificado.

Cuando se habla de un libro de cuentos, se debe hacerlo como un objeto orgánico, un conjunto artístico, un soporte exacto con un sentido colectivo a pesar de los rumbos disímiles de cada relato. En ese sentido, la silueta siniestra de un gato en la portada del libro se vincula directamente con el título general, con Infiernos mínimos. No solo se trata de relacionar al gato con la idea de infierno, sino con la mirada del felino, con esa fijación meticulosa en el detalle, en lo banal y cotidiano de la existencia humana, en ese valor universal de las desgracias personales. Asimismo, la sobriedad de todos los títulos de los cuentos, tres palabras en un caso como máximo, está relacionada con la frialdad de los padecimientos individuales. Los cuentos de Valenzuela nos dicen que las desgracias personales son superiores a las tragedias universales. Por ello, la poética del libro, la cual posibilita una lectura que haga justicia al contenido total de sus páginas, está vinculada con esa búsqueda o inclinación natural de los personajes hacia una libertad que redima sus vidas desgraciadas, y con la universalidad de lo cotidiano, dos ideas que, de alguna manera, están sintetizadas en la frase de Jorge Luis Borges, presente en uno de los cuentos a modo de epígrafe: “Hay derrotas más dignas que una victoria”.

 

 

Foto de portada: Larepública.pe

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