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Un libro al día

No nos engañemos: quien abre un diario ajeno lo hace siempre movido por una cierta curiosidad morbosa —rayana, incluso, en el voyeurismo—. Espera encontrar confesiones íntimas, secretos inconfesables, debilidades secretas; es consciente de estar cometiendo, si no un delito, una falta grave. Sin embargo, con los diarios de los escritores —y lo mismo ocurre con su correspondencia— nuestra actitud cambia: los lectores nos creemos con todo el derecho del mundo a acceder a ellos.

Quien se acerque a los Diarios de Alejandra Pizarnik con la intención de desgranar la psique de la poeta, narradora y ensayista argentina estará cometiendo un error… y seguramente se lleve una decepción. Para empezar porque, como ocurre con todos los diarios de escritores —normalmente publicados póstumamente y en este caso, concretamente, treinta años después de la muerte de Pizarnik—, la encargada de organizarlos decidió eliminar muchos fragmentos (en teoría, para respetar «la intimidad de terceras personas nombradas, aún vivas» —y, supuestamente, también la de la propia diarista—). El prólogo de Ana Becciu no aclara demasiado las razones que la llevaron a omitir pasajes completos, aunque se echan en falta escritos de alto contenido sexual —lésbico— que nos consta que formaron parte de los diarios en un principio. Independientemente de sus motivos, es evidente que los diarios, en cuanto testimonio vital, le llegan al lector irremediablemente adulterados.

Pero en el caso que nos ocupa esto no importa demasiado, porque Alejandra Pizarnik no concibió estos diarios como unos cuadernos donde anotar impresiones y pensamientos cotidianos. Para ella fueron su cuaderno de trabajo: un espacio donde crear y reflexionar sobre lo creado para avanzar en la búsqueda de un lenguaje narrativo que se nutriera de su lenguaje poético. Son un testimonio, sí, pero de un aprendizaje: el «yo» de estos diarios sufre por su incapacidad para conjugar la escritura con la vida. Descubrimos a una creadora contradictoria (metódica y caótica; segura e insegura de sí misma) y a una lectora aguda y voraz —autores tan dispares como Machado, Mansfield, Casares, Heidegger, Nietzsche, Vallejo, Proust, Huidobro, James o Apollinaire pueblan sus páginas—, al tiempo que nos es revelado su gran proyecto/obsesión: escribir una novela.

Siento un libro dentro de mí. Un libro que me atraganta. Un libro que me obstruye la respiración. Y yo no permito que salga. ¡No! Pero ¿por qué?


La prosa poética de Pizarnik hace a estos Diarios merecedores de ocupar su propio lugar en la bibliografía de su autora, quien llegó a recopilar varios «resúmenes» para su publicación. Las imágenes surreealistas que protagonizan su poesía se combinan en sus diarios con una sintaxis rota, dolorosa. Mi recomendación: ir leyendo los fragmentos a poquitos. Mi advertencia: absorben, anegan hasta el aturdimiento.

Tomado originalmente de: http://networkedblogs.com/N9Jyv

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