coronelagrimas

 

Autor: Carlos Fonseca
Editorial: Anagrama, 2015

(RESEÑA) «El lector debe tener claro que se enfrentará a un texto complejo que requiere una lectura paciente. Afortunadamente, Fonseca ha sabido plantear su novela como un fascinante laberinto que es difícil dejar de recorrer, aun cuando lo más probable es que no encontremos la salida. Todos –el coronel, el narrador, los lectores–tenemos las fichas de un rompecabezas que es difícil armar porque la imagen a reconstruir se metamorfosea a cada instante».

Por: Marlon Aquino Ramírez

Coronel lágrimas es la novela debut del escritor costarricense-puertorriqueño Carlos Fonseca (San José, 1987). El libro viene precedido de un elogio que puede ser tan favorable como peligroso. Favorable porque son las palabras de un autor consagrado como Ricardo Piglia las que aparecen en la contratapa afirmando que “La ópera prima de Fonseca tiene la forma de un caleidoscopio verbal intrigante e inolvidable”. Elogio peligroso, pues si las palabras celebratorias de los autores consagrados no se confirman tras la lectura, suelen generar en los lectores el sentimiento de haber sido víctimas de un asalto a tinta armada. Afortunadamente, esto no ocurre con Coronel lágrimas, pues estamos, sin duda, ante una gran novela.

Son dos las historias principales que se cuentan o se quieren contar en este libro. En la primera de ellas asistimos a una jornada en la vida de un ex coronel y matemático que, desde hace veinte años, vive recluido en una casa en los Pirineos. Este viejo coronel (personaje basado en el matemático Alexander Grothendieck) dedica sus últimas fuerzas a la escritura de las “autobiografías ajenas” de tres mujeres alquimistas: Anna Maria Zieglerin, María la Hebrea y Cayetana Boamante. Se trata de una paciente labor cuya única finalidad es la de proporcionarle al coronel la oportunidad de vivir con sus fantasmas más queridos. Sin embargo, no es esto lo único que escribe el viejo coronel, pues también es autor de dos textos tan excéntricos como fragmentarios: Los Vértigos del Siglo y la Diatriba Contra los Esfuerzos Útiles: Tesis contra el Trabajo en la Era Práctica. Salvo este último (publicado sin autorización por un distante “discípulo” y colega matemático) los otros dos han tenido un único lector: el coronel mismo.

Pero no es en las historias de las divas alquímicas o en las herméticas reflexiones del coronel donde se encuentra lo más interesante y valioso de Coronel lágrimas. Es en la construcción del narrador principal de la novela donde se puede apreciar el mayor acierto de Fonseca. Decir que es un narrador en primera persona del plural (un “nosotros” típico del plural de modestia, para ser más preciso) es decir muy poco. Pues se trata de un narrador proteico al que, en primer lugar, me arriesgaré a llamar cyborg, dada su capacidad de comportarse como una máquina (fotográfica, de video) que tiene la capacidad de acercarse y alejarse del coronel: “Imagino que en un punto, de tanto acercarse, dejaremos de verlo y sólo quedarán los pixeles de la tela de fondo, la atmósfera sin trama” (pág. 27); pero que no por ello puede dejar de sentir afecto por el anciano protagonista y hasta mostrar respeto por él: “Por eso al coronel hay que mimarlo: acercarse con cuidado y verlo en sus tareas mínimas…” (pág. 29), “Podríamos acercarnos un poco y ver su nombre pero preferimos no hacerlo: al coronel no le gusta su nombre” (pág. 15).

Además, el narrador principal de Coronel lágrimas es también un fantasma. No forma parte del mundo representado, pero está ahí, recorriendo la casa del coronel, hurgando entre sus papeles y fotografías. Y como a los fantasmas también se les puede ver, este narrador fantasma se cuida mucho de ser descubierto por el coronel. Quiere ver sin ser visto: “Temerosos de que al despertar nos descubra en plena búsqueda, in fraganti en nuestro rebuscar biográfico…” (pág. 66). Fantasma voyeur, sin duda, ojo ansioso de verlo todo.

Por esta necesidad de penetrar en los vericuetos sentimentales y biográficos del coronel, el narrador es también un narrador detective. No son pocos los enigmas en la vida del coronel ermitaño (¿por qué abandonó la matemática?, ¿por qué prohibió que se publicaran sus obras?, ¿quién es esa mujer de ojos achinados que aparece en sus fotografías?), pero de todos ellos el narrador quiere resolver uno solo, aquel que está cifrado en una ecuación matemática. Y es que, paradójicamente, el coronel ha cifrado en una fría fórmula su más grande pasión, una pasión amorosa. El relato del esfuerzo casi obsesivo del narrador por develar la verdad oculta tras ese mensaje, representa la línea narrativa más dinámica de la novela.

Ahora bien, el lector debe tener claro que se enfrentará a un texto complejo que requiere una lectura paciente. Afortunadamente, Fonseca ha sabido plantear su novela como un fascinante laberinto que es difícil dejar de recorrer, aun cuando lo más probable es que no encontremos la salida. Todos –el coronel, el narrador, los lectores–tenemos las fichas de un rompecabezas que es difícil armar porque la imagen a reconstruir se metamorfosea a cada instante. Así lo afirma el narrador, que además de cyborg, fantasma y detective, es también pintor cubista: “Nos queda la magia de la perspectiva: mirarlo desde mil ángulos distintos, trazar una especie de cuadro cubista de este hombre cansado” (pág. 49). ¿Se podrá ver, al menos por un breve instante, algo de la verdad?, ¿es cierto que la realidad no existe y que sólo podemos tener acceso a discursos?, ¿es el amor la gran variable a despejar en la vida? Estas son algunas de las grandes interrogantes planteadas por Carlos Fonseca en Coronel lágrimas, un autor al que hay que seguirle la pista.

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