Título: Ars brevis, vita longa
Autor: Carlos Germán Amézaga
Editorial: Caja Negra, 2015

(RESEÑA) El narrador y diplomático Carlos Germán Amézaga, autor del libro de cuentos Ventanas opuestas y otras ficciones verdaderas (2007) y de la novela infantil Fábulas de JJ y Ben-Yí (2011), nos presenta un interesante libro de microrrelatos cuyo título es aquella frase ya clásica para los lectores de minificciones: Ars brevis, vita longa (Arte breve, vida larga).

Por:

Jorge Ramos Cabezas
Una especie de retruécano de la máxima latina Ars longa, vita brevis; una bella reformulación que constantemente aparece citada en muchos trabajos sobre el género del microrrelato (Lauro Zavala, Giovanna Minardi, etc.). Ahora, valga recordar que varios de estos relatos ultracortos, que bordean las 100 palabras, aparecieron publicados antes en su primer libro de cuentos y en algunas revistas literarias del medio.

Dividido en tres partes e ilustrado con sugerentes fotografías a cargo de Luciana Merino Coca, este conjunto de microficciones destaca por el buen manejo de aquellos recursos propios del género minificcional: la concisión, la visión irónica, el carácter lúdico, la parodia, los finales sorpresa y, sobre todo, la intertextualidad, un elemento que pocas veces se sabe aprovechar en la medida justa, pues hemos visto casos en que o se abusa en extremo del empleo de referentes casi invisibles hasta para el lector más competente, o, por el contrario, se usan figuras universalmente conocidas para narrar malos chistes disfrazados de microrrelatos. Amézaga no cae en ninguno de estos errores, pues sus brevísimas historias están ambientadas en contextos que cualquier lector medianamente cultivado puede identificar, y, además, lejos están de buscar la risa fácil.

La primera parte la conforman microrrelatos paródicos y celebratorios en torno a imágenes de la literatura y cultura universal (u occidental), y que intentan presentarse a manera de fábulas, aunque no siempre al viejo estilo del eterno Monterroso. Así, desfilan las fábulas de Esopo transfiguradas; referentes modernos del cine y la ficción literaria, como Billy The Kid, Frankenstein, la Momia, el Hombre Elefante, Drácula o el dinosaurio de Monterroso (siempre de obligada presencia y al que ya deberían darle algún premio de récord Guiness o algo así, por ser la bestia prehistórica más invocada por los hacedores de libros de minificción); y personajes clásicos infantiles, como Caperucita Roja, Cenicienta, el flautista de Hamelín o el Patito Feo.

Siguiendo la misma estrategia empleada en la sección anterior, la segunda parte la integran microcuentos cuyos protagonistas son personajes y héroes del arte, la literatura, el cine y el deporte, como Alí Babá, D’Artagnan, el Quijote, Dorian Grey, Luder, Pelé, Supermán, Tarzán, Werther o el Zavalita de Vargas Llosa. Aquí, destacamos de lejos el microrrelato que trae como protagonista a este último.

Finalmente, en la tercera parte, la más breve y más débil del conjunto, encontramos microficciones en los que la herramienta de la intertextualidad desaparece para dar paso a historias autónomas que recogen la “vida” y “peripecias” de algunos objetos que aparecen encantados, como un abrigo, un bandoneón, una capa, una pluma, un ropero, etc. En efecto, aquí, estos objetos cobran vida; pero, paradójicamente, estarán destinados a dar muerte o a tener alguna relación con ella. La idea resulta interesante, mas no así cómo ha sido desarrollada en cada caso. Un autor nacional que explotó con creces esta idea (la del objeto que “vive”, ama, siente, habla) fue Manuel Velázquez Rojas en su diminuto pero gran libro Isla de otoño (1966). Por otro lado, además, con esta tercera parte se rompe la lógica narrativa de las dos secciones anteriores, innecesariamente. Al respecto, debemos suponer que estos textos entraron en el conjunto para rellenar una extensión “adecuada” para un libro, de la que seguramente el editor le habló. Para futuras publicaciones, le recomendamos al autor hacer menos caso a su editor y más caso al criterio y personalidad que debe tener cada libro suyo.

Fuera de las líneas últimas del párrafo anterior, sirvan en general estos breves comentarios para aquilatar la calidad del presente libro, una publicación llena de brevedades mágicas, fantásticas, neofantásticas y con elementos del absurdo, el cual nos hará retornar a nuestras primeras lecturas (sobre todo, los dos primeros apartados) y, con ello, a ese encuentro feliz que pocos libros motivan: el diálogo con aquel muchachito curioso que fuimos alguna vez.

A continuación, un par de microrrelatos de muestra:

 

Fábula de la rana y el buey

La rana lo miraba todos los días. El buey, grande y corpulento, tomaba agua y pastaba cerca de su estanque. Un día decidió ser como él.

La rana empezó a tomar aire y más aire, su pecho y panza se inflaron. En un momento dado no pudo más y se miró en el agua, se comparó. Aún le faltaba mucho, pero mucho. Entonces, inspiró más fuerte que nunca y se infló tanto que empezó a elevarse por los aires.

El buey volteó a mirarla y pensó: “Me gustaría poder volar como esa rana”.

 

Fábula del lobo

“¡¡El lobo, el lobo!!”, aullaba el joven pastor, aburrido, sentado en una piedra, sin más ocupación que ver retozar a sus ovejas. Las dos veces anteriores en que gritó, los pastores amigos y algunos vecinos habían acudido presurosos a su llamado y se fueron frustrados por lo que pensaron era una broma pesada.

Esta vez, el día de luna llena, ya no aparecieron. Empezó entonces su transformación: pelos, dientes afilados y poderosas garras. Totalmente alterado, arremetió contra las ovejas, mató a 3 y dejó los restos a las aves carroñeras.

Despertó al lado del río, confundido, desolado.

 

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